Enrique / García / Máiquez /

Rajoy en Jerez

Su propio afán

08 de marzo 2015 - 01:00

DESHOJÉ la margarita de si llegarme o no al mitin de Rajoy en Jerez. En calidad de reportero. Como decía ayer, ando muy mentalizado con lo de documentarme hasta la extenuación. Al final, salió que no; no tanto por la margarita como de mis cálculos. '¿Qué vas a oír, una caña mecida por el viento?', preguntaba mi sentido común, comodón.

La estupenda crónica del Diario dio la razón al sentido común. En realidad, no es un problema particular de Rajoy. Los discursos electorales están últimamente aburridísimos. El orador sube a la tribuna encorsetado. Por marketing electoral, dirige su palabras al votante medio (que, por cierto, no existe). Por tanto, su discurso será -porque hay que adaptarlo a los mass media- más mediocre y más medido, para estar a la altura y, más que nada, a la anchura. Twitter y las conexiones en directo de la televisión exigen frases cortas y eslóganes precocinados y recalentados, servidos una y otra vez. Para evitar errores, el político se ciñe a un argumentario. Todo confluye en una evidente sensación de playback. Se procura disimular con bombos mutuos entre los oradores y con alguna andanada al rival, que enardezca a los propios, pero, como no conviene pasarse (que, si no, nos sale un naranjito), todo se queda en pellizquitos de monja. Se condimenta con alguna promesa, pero que, como ya no se creen, no produce el mínimo efecto. Y se añade un voluntarioso guiño local. De estas cuatro paredes, no hay político profesional que salga.

Y aquí aparece la auténtica ventaja de los emergentes. Pueden permitirse principios, porque están empezando, y unos grados más de emoción, de creatividad en las redes, de libertad. Soraya Sáenz de Santamaría ha descrito a los partidos con responsabilidad de gobierno como obreros en la zanja y a Ciudadanos y a Podemos como curiosos que se asoman al trabajo, y comentan desahogados la jugada. Parece tonta, pero es una metáfora muy bien traída, porque destaca el mérito suyo reconociendo disimuladamente la inferioridad en la comunicación del PP. Soraya, en dos trazos, ha dibujado una imagen exacta, que es un síntoma.

Nos quedan meses de campañas escalonadas y superpuestas, y en las que los principales discursos políticos van a dejar que desear. O empiezan a afinar o terminan teniendo que invitar al autobús, a la cena, a la noche de hotel y al desayuno incluido, si quieren que alguien se asome por los actos electorales.

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