Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Tribuna libre
HACE unos días, el 30 de marzo de 1743, nació en Cádiz, en la gaditana calle Bendición de Dios número 8, el Beato Fray Diego José de Cádiz. Fue bautizado el 3 de abril del mismo año en el sagrario de la Santa Iglesia Catedral de dicha ciudad.
Sus padres fueron don José López Caamaño Texeiro Ulloa y Varcelal, natural de Tuy (Galicia) y su madre doña María Garci Pérez de Rendón de Burgos Ocaña Sarmiento, natural de Ubrique. Por ambas líneas, el Beato Diego José de Cádiz pertenecía a las más ilustres y antiguas familias de España, a familias emparentadas con el emperador Adriano. Pero entre todos los capuchinos ilustres que han florecido en España, descuella el Beato por sus virtudes cual gigante inmortal.
Aunque ya se han cumplido 120 años de su solemne beatificación, fue un milagro de Dios este Fray Diego. Su voz conmovió a toda España, insuficientes las catedrales para contener a sus auditorios de 30 y 40 mil personas, predicaba en los campos y las plazas. Desde entonces para acá, palabra más encendida no ha sonado en los ámbitos de España, de elocuencia extraordinaria y sobrehumana.
Llegó a lo más alto de su ideal: "Ser capuchino, misionero y santo".
El mismo Carlos III tuvo a solas con él una larga conversación sobre los asuntos más importantes de la nación.
Cádiz, su amada ciudad donde nació, vivió, predicó y lloró por ella.
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