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LEYENDO el precioso pregón de Sevilla de Lutgardo García, recordando otros, repasando tantos artículos periodísticos de estos días, caigo en la cuenta de que la tendencia es mirar hacia atrás, con una mezcla de melancolía y añoranza. Cualquier Semana Santa pasada fue mejor. Esto produce, sin duda, unos excelentes frutos poéticos ("Se canta lo que se pierde") y sentimentales ("No hay mayor dolor que recordar los tiempos felices").
Y se entiende. Primero, desde lo biográfico. La intensidad con la que de niños se vive la Semana Santa no se olvida, trenzada por el recuerdo del padre que nos introdujo de su mano. Las sensaciones del niño son poderosas y el eco perdura. Y luego hay otro eco, precisamente, teológico: en la Semana Santa se conmemora la Pasión de Cristo, de modo que todo en ella está orientado hacia el recuerdo. Lógico que paralelamente nos volvamos hacia nuestro propio pasado íntimo, imitando el gesto general.
Sin embargo, esto, cuando se exacerba, tiene el peligro de transmitir una fórmula fósil de la fe. Convendría hacer, de vez en cuando, un ejercicio de futurismo. Escribir, por ejemplo, un pregón de Semana Santa lleno de audaces visiones de ciencia ficción, que cante a los cientos -siglos y siglos- de Semanas Santas por venir. Procesionarán nuestras hermandades entre drones, en un escenario de Blade Runner, pero la devoción seguirá siendo la misma. ¿No pasan ahora las imágenes entre smartphones y tablets, que han sustituido casi del todo a las cámaras digitales que sustituyeron a las analógicas que sustituyeron…?, y nada sustancial se ha perdido.
Ni podrá perderse, porque la Semana Santa habla a lo eterno del hombre. A su fragilidad ante el mal, a su desamparo ante el dolor, a su esperanza incombustible, al amor más poderoso que la muerte, y habla de la Madre, siempre de la Madre. Por otra parte, siendo verdad que la Semana Santa recuerda el hecho central de la Historia, que ya pasó, también camina hacia la Resurrección de Jesús, que queda delante. Ese impulso fundamental es hacia el futuro. Y hacia un futuro biográfico: nuestra propia muerte (ay) y resurrección. Sin renunciar a la nostalgia y a los bellos recuerdos, hay espacio para imaginar Semanas Santas futuristas, con cíborgs y robots, tal vez, y atravesando, seguro, crisis económicas, convulsiones políticas, cambios sociales, pero con la misma belleza estremecida y una idéntica fe fundante.
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