La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
Su propio afán
NO tiene nada de raro abrir el periódico y llevarte una sorpresa. Pero sí, si la sorpresa es positiva. Un estudio de Randstad Workmonitor concluye que, entre los españoles, el más satisfecho con su trabajo es profesor, hombre y andaluz. ¡Anda, mi vivo retrato!
Comentándolo con compañeros, las reacciones son diversas. Indiferentes, incrédulos y escépticos aparte, abunda el que, llevándose las manos a la cabeza, se pregunta cómo estarán los otros. Yo también he pensado en otras profesiones, sobre todo en las que observo, boquiabierto, de lejos: el escritor con lectores, el juez ecuánime, el pintor inspirado, el asentado registrador de la propiedad, el heroico capitán de navío, el deportista olímpico, el cirujano infantil, el sacerdote… ¿Será posible que estos trabajos produzcan menos satisfacción que el mío?
La noticia presenta dos ángulos ciegos. ¿Por qué vamos a estar los profesores andaluces más satisfechos que los extremeños o los riojanos, eh? No será por la Consejería de la Junta, digo yo. Para un español incorregible resulta inquietante este hecho diferencial entre regiones. La otra cuestión delicada son nuestras compañeras: ¿por qué ellas no tanto, eh? Para un hombre que aspira a ser un caballero, es un bochorno. Ellas, primero, tendría que ser o, al menos, todos iguales. Me consuelo deduciendo -generalizando- que son más exigentes con ellas mismas, con el sistema y también con sus alumnos (que eso salen ganando los alumnos), de modo que no acaban tan rápidamente satisfechas como nosotros, tan elementales. Es un consuelo, no una excusa, y hay que seguir examinándose.
Con todo, encuentro en la pequeña noticia grandes motivos de regocijo, más allá del egoísmo anecdótico de contarme, de repente, en el número de los privilegiados. En efecto, enseñar es una de las actividades más nobles y reconfortantes. Los niños y los adolescentes hacen gala de una alegría y una ilusión contagiosas, aunque se comenten más sus problemas puntuales. A veces los profesores, para argumentar unas muy justas reclamaciones laborales, insistimos en lo áspero y mal valorado de nuestro oficio, olvidando lo bueno; y así hacemos un flaco favor a la enseñanza. Además, las reformas educativas se construyen sobre cifras y encuestas y exigencias proyectadas del mercado de trabajo y tal vez tendrían que enraizarse en la felicidad incomparable que emana de transmitir conocimientos y principios.
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