Con la venia
Fernando Santiago
Quitapelusas
Su propio afán
EL estado de la política invita a la inmersión. ¡Cierren las compuertas!, ordenaría uno, como en las películas de submarinos. Y luego, vale, venga, saquemos el periscopio para saber qué pasa con Rato y con Trillo o que no pasa con los ERE y el parlamento andaluz. A la derecha pasa, a la izquierda no pasa, pero todo pesa e invita a sumergirse.
Lo suyo sería que el Estado de Derecho fuese estanco y sigiloso como un gran submarino nuclear de la guerra fría. Esto es, que los derechos fundamentales lo fuesen: derechos e intocables; y que la política se quedase en una tormenta sobreactuada que arrecia en la superficie. Imagínenlo. El derecho a la vida, a la libertad de pensamiento, a la no discriminación por razón de sexo (ni por religión tampoco), a la propiedad, a educar a nuestros hijos libremente… Con eso, me daba con un canto en los dientes, si fuesen fundantes, si el Tribunal Constitucional los amparase textualmente, sin leyes de desarrollo que los arrollan y sin interpretaciones creativas, ¡sin interpretaciones creativas, sobre todo! Podríamos dejar a los políticos profesionales su sitio en el parlamento, sus debates, sus juegos…
El problema es: ¿a qué se dedicarían? Parecen incapaces de ceñirse a discutir lo opinable (punto arriba o punto abajo del IVA, digamos), y tienen que excederse o por el lado oscuro de los negocios turbios o por el lado luminoso de los derechos esenciales, manoseándonoslos. No pueden quedarse en su carril.
Y, por eso, este sueño de la inmersión y para ellos la perra gorda, de navegación en silencio y que no nos detecten los radares, es un sueño. No queda más remedio que salir a la superficie y dar la batalla, porque no es nada más la política ni tan sólo la economía, estúpido (me digo a mí mismo, eh, no pretendo ofender), sino también nuestra condición de sujetos de derechos y deberes, tan maleable, por lo visto.
Ahora que están de moda los partidos emergentes, quedaría bien uno cuyo programa electoral fueran los artículos de la Constitución. Un programa a la vez establecido ya en la cúspide de nuestro ordenamiento jurídico y utópico hasta la ciencia ficción. Podría llamarse el Partido de la Paradoja, aunque cuidado que eso suma un PP como la popa de un pino. En vez de una gaviota su símbolo podría ser un Ave Fénix, porque la esperanza es lo último que se pierde y porque se trata de resurgir. Y no de sumergirse, como pide el cuerpo.
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