En tránsito
Eduardo Jordá
Sobramos
Su propio afán
NUNCA he seguido a propósito una moda, pero me han perseguido, a menudo con saña. Cuando estaban a la última los dinkies (double income, no kids), mi mujer y yo, aunque lo estábamos deseando, no teníamos hijos, y ganábamos dos sueldos, tres, si contamos el volátil y quebradizo de mis literaturas. Éramos, pues, lo más: unos trinkies (de triple income, no kids, no de trincones). No queríamos, pero estábamos de rabiosa actualidad.
Ya me pasó otras veces. Ocurrió con la poesía figurativa y la lírica del humor; con mi pasión por Chesterton, hoy felizmente expandida; con los jóvenes conservadores... Quizá el caso más estridente fue el diastema, que me dejó con la boca abierta. Las paletas separadas siempre ocuparon, entre mis complejos, un lugar estelar. Sólo me consolaba Mario Quintana, que advirtió que las sonrisas desdentadas son las más sinceras, y es verdad. Al menos cuando sonrío -me decía- no lo hago por ganar votos. Entonces se puso de moda el diastema entre los famosos y, inesperadamente, volví a estar in.
Esto ya lo conté. Lo increíble es que la moda, tan inconstante de suyo, no se cansa de perseguirme. Incluso ahora lo que molan son los fofisanos, o sea, los hombres un tanto rellenos. ¡Anda, qué casualidad! Le he mostrado, como un trofeo, el recorte de la noticia a mi mujer, que no parece muy convencida, aunque la avale Leonardo DiCaprio. Ella es que no sabe tanto de modas, porque se empeña en seguirlas, y así siempre te llevan la delantera.
Yo le explico que quizá el fofisano no sea un adonis, de acuerdo, lo reconozco y me lo recuerdan las básculas, las fotos, los espejos, pero que cierta despreocupación por el cuerpo (una especie de sprezzatura interior, una freedom of manners a fondo, una nonchalance en serio, una ética dietética, que supera el estadio de la estética) lo hace interesante, en cuanto que interesado por otras cosas. Lo malo de la obsesión por la salud y la línea no es la salud ni siquiera la línea, sino la obsesión. El adagio clásico hoy sería: Mente sana en cuerpo fofisano. No hay ética sin estética, por supuesto, pero tampoco dietética sin ética.
Pero no puedo seguir argumentando, porque, al otro extremo de la reunión, un foodie forofo fofisano (un triple f) está explicando que la morcilla es el último grito gastronómico. ¡Um, la morcilla! Claro que no me extraña. De toda la vida me ha encantado. Su salto a la fama era cuestión de tiempo.
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