Cambio de sentido
Carmen Camacho
¡Oh, llama de amor propio!
Su propio afán
LA prueba de que no puntúo ni en las estadísticas ni en las encuestas ni en los estudios de mercado es la frecuencia con que políticos y publicistas usan el truco del "Te lo mereces" para vender sus productos. Debe de ser que la inmensa mayoría se piensa muy merecedora de todo y asiente sin pestañear. Yo oigo que me merezco cualquier cosa y caigo en un hamletiano mar de dudas: "Algo huele a podrido en Dinamarca". Nunca compraré nada porque me lo merezco. No sólo es que me pregunte entonces para qué lo pago, que dónde acaba el mérito y dónde empieza el precio. Ni siquiera los regalos me dejan tranquilo si me los dan "porque me los merezco". ¿Seguro? Mis merecimientos los procrastino. Queda siempre para después el propósito de hacerme digno de lo que graciosamente -gracias, gracias- recibo.
Si me analizo, esta prevención responderá a que he sido toda la vida de Dios un privilegiado. Quizá ahora, rodeado por populistas por todas partes, no sea el momento más oportuno para confesar privilegios, pero qué remedio si he tenido unos padres que no me merecía, unos amigos que ni de broma, una mujer que salta a la vista y unos hijos que, si os cuento, no paro y pierdo el hilo de este artículo… La vida es un regalo y la traiciono si muerdo el anzuelo de la vanidad indignada de creerme con más y más derechos, con una lista infinita de derechos.
Igual me rebelo contra los merecimientos colectivos. Contra los pesimistas que aseguran que padeceremos los gobiernos que nos merecemos. Oh, no. Hay demasiado voluntarismo en lo de la voluntad popular. "O voluntad o popular, ¿en qué quedamos?", pregunta el individualista que llevo dentro. A lo mejor alguien ha votado pensando en los pactos, pero la mayoría ha votado deseando ganar. Luego, del choque de unos deseos contra otros, sale lo que sale, y no me quejo, que son las reglas del juego, pero lo que hemos querido exactamente o lo que strictu sensu nos merecemos, no es. Y aún más, si cabe, me rebelo contra los optimistas que exultan porque el alcalde o la alcaldesa nos devolverán la dignidad que se nos debe. Escucho que al fin tendremos lo que nos merecemos y vuelvo a temerme que nos quieren vender algo.
Quizá los políticos se piensen que merecieron sus votos. Yo me conformaría con que los nuevos alcaldes no se merezcan tampoco nuestro repudio, y que vayan cumpliendo. Les hará falta suerte, y a nosotros. Más de la que nos merecemos.
También te puede interesar
Cambio de sentido
Carmen Camacho
¡Oh, llama de amor propio!
Su propio afán
Enrique García-Máiquez
La evasiva geopolítica
El pinsapar
Enrique Montiel
Generales y mentiras
Yo te digo mi verdad
Manuel Muñoz Fossati
Un mundo de patriotas
Lo último