Cambio de sentido
Carmen Camacho
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LOS laberintos son un lío. Si usted se encuentra alguna vez en medio de uno, no se maree, concéntrese en la salida y en el Minotauro. Dar con una y evitar el otro (o eliminarlo): ésos son los objetivos. Suponíamos que los griegos, al menos los cretenses, eran unos expertos en laberintos. En las negociaciones últimas, que son, sin duda, un laberinto, no han hecho honor a su mito.
Más que de buscar su salida, han estado pendientes del laberinto de la Unión Europa (que lo tiene), y han pretendido ser el Minotauro, nada menos, de los demás. Como en este conflicto se superponían dos laberintos, han confundido las paredes y los papeles. Han creído que los miembros de la eurozona tendrían un pavor paralizante a una salida griega del euro. Se saben su Marx, que es Karl, pero no el nuestro, que es Groucho. Éste afirmó que nunca pertenecería a un club que le admitiese como socio. Una vez que uno ha sido admitido, la regla no muere, se transforma: "Nunca permaneceré en un club que no me expulse como socio… si hago ciertas cosas". Para la Unión Europea echar a Grecia será un laberinto, sí, pero su Minotauro es que las reglas básicas del club se tomen como el pito del sereno.
Parece mentira que los de Podemos, tan defensores de Syriza y tan forofos de Juego de tronos, olviden que el prestigio y el poder de los Lannister se fundamenta en el lema oficioso de la familia: "Un Lannister siempre paga sus deudas". Es la única manera de obtener crédito. Eusebio León ha escrito: "Quien esté libre de deudas que tire su primera Grecia", y ha dado en el diana.
El problema no es la deuda de Grecia (en todos los países cuecen deudas), sino su proclamada pretensión de no pagarla, que pone en peligro no tanto los depósitos de sus acreedores, como el crédito como deudores de los demás, que es lo único que no pueden permitirse.
La salida del laberinto es una negociación discreta y un acuerdo presentable, que necesitan todos, pero se interpone el gesticulante Minotauro griego: las promesas imposibles de Syriza. Como hizo Felipe González, Tsipras tendría que haberlas ido toreando a base de pragmatismo y pedagogía. No ha querido o no ha podido o no sabe. Y su hilo de Ariadna, que era la línea de crédito, lo ha perdido. Todavía podría buscar la salida, aunque el laberinto se le complica. Y en las urnas, el domingo, le espera el encuentro, cara a cara, con el Minotauro. Que Zeus reparta suerte.
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