yo te digo mi verdad
Manuel Muñoz Fossati
Mejor, como en Macondo
Notas al margen
EL equipo de José María González se empeña en darle la razón a los que opinan que no saben lo que tienen entre manos. Las reglas elementales de la democracia las dominan hasta los chiquillos y sólo pueden obviarse desde el atrevimiento y la ignorancia. Si el alcalde no reacciona y se aclara pronto, el caos puede ser monumental y el personal se preguntará si son capaces de gestionar una peña. La culpa de que su primer pleno acabara en un sonoro fracaso, como casi siempre, la tuvo el maldito parné. González cumplió su palabra y propuso que sus concejales no ganen más de lo que percibían antes de llegar a San Juan de Dios, con un tope de 1.880 euros, justo su sueldo. Lo que impidió que se saliera con la suya es que no negoció y dejó a la oposición en la tiesura más absoluta. Más allá de que sus iniciativas estén preñadas o no de buenas intenciones -ahorrar más de 400.000 euros no suena mal- lo que en ningún caso podrá olvidar el alcalde es que ha de contar con el apoyo de PSOE o PP para cualquier paso que dé. Si para más inri, pretende que todos y cada uno de su concejales perciban un salario a la vez que deja a la oposición con una mano delante y otra detrás, lo más lógico es que se estrelle. Los portavoces de cada grupo, como mínimo, han de cobrar un salario digno, de ahí que PP y PSOE le tachen de demagogo por apelar a la justicia social sin dar ejemplo.
González ha situado el listón tan alto, que incluso entre los suyos ha surgido la preocupación, porque alguno ganaba más dinero antes y hoy con 1.800 euros no le alcanza para pagar las facturas. Cuando no se miden las palabras ocurre como al prejuzgar a las personas por su vestimenta o profesión, que cada día que pasa es más difícil dar marcha atrás. Si siguen esforzándose en la misma línea, acabarán por arrinconarse ellos solos.
A los concejales podemitas les resta un mundo por aprender y el propio González es el primero en admitirlo. Con ello, es importante que sepan escuchar y comunicar a la vez que delimitan muy bien sus acciones si no quieren caerse con todo el equipo al primer intento. Un Ayuntamiento no se dedica a comprar petroleros ni está obligado a erradicar la infravivienda y el paro en dos días. Ahora bien, tampoco se gestiona con voluntarios, ni a escote. Requiere de muchas horas al día y sólo con la humildad no se captan inversiones. Si prestan atención, no les costará advertir la inquietud que ha calado entre el personal municipal porque empiezan a temer que la tijera también afecte a sus salarios. De la curiosidad sana se ha pasado al nerviosismo. Y nada tranquilizaría tanto a la plantilla como saber cuál es el plan.
El desconocimiento es tan evidente y son tan torpes algunos de sus movimientos, que la oposición cada vez tiene los colmillos más afilados. Pero PP y PSOE no pueden entrar en el juego y malbaratar la política con propuestas a la baja aún más absurdas bajo principios que no aplican allá donde gobiernan. Y el PSOE tampoco puede pregonar por las esquinas que el alcalde y los suyos no dan la talla. Si bloquean sus propuestas por sistema, la ciudadanía le preguntará qué sentido tuvo entonces apoyar a Podemos. Las decisiones tienen sus consecuencias, pero no hacer nada, también, de ahí que el alcalde y Fran González estén obligados a entenderse si quieren mantener la coherencia.
El auténtico problema de Cádiz no son las dietas, ni los sueldos de sus políticos. Tampoco preocupa el nombre del estadio que proponen cambiar -otra polémica estéril en el peor momento- ni que se usen los coches oficiales para llevar comida a los más necesitados. Lo que de verdad ha de ocupar al alcalde son los millones que Cádiz ha de devolver para saldar su deuda imposible, el paro y el porvenir de los jóvenes.
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