La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Su propio afán
EN octubre se celebra el Sínodo General de Obispos sobre la Familia, que tratará, entre otras cuestiones, del matrimonio. Será una cita crucial, más trascendente, incluso, que el rescate griego, pues el matrimonio está en la intersección de lo religioso y lo civil, de la naturaleza, la historia y el futuro. La tentación está en los márgenes, sin embargo, aunque el margen de actuación del Sínodo, tras las palabras de Jesús, la Biblia y el Magisterio, es bien pequeño. En lo doctrinal, digo, no en lo vivencial, que ahí es prácticamente infinito. Por ejemplo, una película que ahora está en los cines ofrece una lección de fondo magistral, y eso que sólo es una cinta mediocre.
No tiene por qué extrañarnos. También los matrimonios mediocres (y no miro -en el espejo- a nadie) nos pueden explicar y, sobre todo, mostrar la prodigiosa grandeza del amor y su misterio. La película es italiana, se titula ¿Te acuerdas de mí?, y está dirigida por Rolando Ravello. Como cine tiene sus fallos (no termina de ser desternillante ni de emocionar del todo), pero como metáfora deslumbra. A partir del próximo párrafo, contaré algo del argumento, advierto.
Narra los enamoramientos de un chico (con sus problemillas, que no necesitamos desvelar) y una chica que sufre pérdidas absolutas de memoria. Eso hace que de vez en vez él la pierda, la busque, la reencuentre y tenga que reconquistarla. No llega a la chispeante locura de Atrapado en el tiempo (1993, Harold Ramis) ni a la intencionalidad de la novela Manlive de Chesterton, pero está en la línea. Como en la película del día de la marmota, se corre contra el tiempo; y como en Manalive, el enamoramiento deja de ser, como se piensa rutinariamente, el prehistórico principio del amor (un fósil) para convertirse en su cimiento constante.
Lo valioso de ¿Te acuerdas de mí? es que deja muy clara la íntima relación entre la memoria y el amor. Una defensa cerrada del recuerdo relanza el porvenir del amor. La fidelidad se conjuga en futuro, pero viene de muy lejos. Qué poderosa imagen, que vale por sí sola el precio de la entrada: desenamorarse es una amnesia. Son las lecciones que esperamos -y más altas y más profundas- del Sínodo y del Espíritu. El cine y las musas ya han hecho su parte. Con un golpe maestro, además, de ironía: la película no la calificaríamos de memorable, pero nos conviene muchísimo memorizarla o, al menos, rememorarla cada poco.
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