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NADA que añadir al artículo de Rafael Sánchez Saus sobre El festín de Nucatola, salvo un aplauso. Como recordarán, trataba de los vídeos que demuestran que Planned Parenthood, la mayor organización abortista del mundo, comercia con los órganos de los bebés abortados. El hecho presenta, como poco, un tridente de cuestiones. Primero, muestra hasta qué punto el dinero riega el aborto, que se nos viste como un asunto de derechos y de piedad. Es un dinero de ida y vuelta, además, porque los lobbies abortistas financian generosamente a según qué partidos y políticos. Expone, en segundo lugar, la hipocresía imperante: se justifica el aborto con eso de que las víctimas no son humanas, pero acto seguido sus órganos se venden a precio de oro por ser, justamente, humanos. Y, por último, ejemplifica hasta qué extremos rige la ley del embudo. El gran argumento en defensa del aborto es que la ley lo permite. Pero la ley prohíbe el comercio de órganos y, entonces, los grandes partidarios del positivismo jurídico tienen un acceso de acratismo.
Asombra, por tanto y por tanto, que la noticia no haya tenido eco. Imaginen, si me permiten la odiosa comparación, que se hubiese descubierto que la mayor red de perreras del mundo se enriqueciese matando a los cachorros antes de nacer con sumo cuidado para no afectar a sus vísceras y traficando con ellas. El escándalo mundial -¿no creen?- habría sido mayúsculo. Y con razón.
Al aborto lo rodea una extrañísima campana de silencio y desinterés. Parece que un dedo imperioso, como en el poema quevedesco, "silencio avisa o amenaza miedo". Las evidencias científicas de que el feto es un ser humano son mucho mayores a las del calentamiento global por la mano del hombre y, sin embargo, comparen la importancia mediática. El número de muertes directas ya es incomparable, pero nada. Encima, las posibilidades de frenar o remediar o paliar o aminorar el aborto son infinitas y están al alcance de la mano de los legisladores. Y nada de nada, nuevamente.
Me gustaría poder ofrecerles a ustedes una explicación del silencio, de la inacción, del desagrado automático que producen en general artículos como éste, que sólo se plantean qué nos pasa, por qué la hipnótica querencia de nuestras sociedades hacia el aborto y por qué ese rechazo frontal a la mínima discusión y a ver las realidades de fondo. Me gustaría, pero no encuentro ninguna explicación. Ninguna.
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