Cambio de sentido
Carmen Camacho
¡Oh, llama de amor propio!
Doble afán
LAS reacciones humanas son complejas. Nuestro nivel de discrepancia es independiente de nuestro nivel de irritación. De nada que diga nadie puedo estar yo más íntimamente en contra que del ateísmo, que, sin embargo, no me irrita en absoluto. La fe es un don y cada cual recorre su camino.
Asuntos infinitamente más nimios y discutibles me producen, en cambio, una invencible impaciencia. Destaca, en esta categoría, el argumento de que la organización territorial de España en Comunidades Autónomas es irreversible. Para desgracia de mis castigados nervios, es algo que se sostiene sin descanso incluso por los más sesudos y experimentados.
Quiero explicarme bien. No me enerva que alguien piense que las Comunidades Autónomas son un prodigio del Derecho Político y que hay un antes y un después en el desarrollo de España y tal y cual. Hablo de quienes están de acuerdo conmigo en que ha sido un viaje a ninguna parte (o a diecisiete partes) que nos podíamos haber ahorrado, pues resulta caro, ineficiente y disgregador. Pero, reconociéndolo, añaden que ya no tiene remedio.
¿Por qué? La historia de España ha padecido cambios más profundos; la del mundo, ni digamos; las Alemanias se unificaron hace nada. ¿Y no han visto ellos nacer las autonomías con la Constitución del 78 e ir creciendo y malignizándose? Algo que nació anteayer puede jubilarse pasado mañana. Fíjense que, a la vez que casi nadie ve factible una recentralización o una racionalización del Estado, se toma en serio la posibilidad de acabar con la nación española, la más antigua del mundo, o la de terminar con la monarquía, o la de reconvertirnos en Estado Federal. No hace falta ser muy perspicaz para notar que todos esos cambios afectan a cuestiones de más entidad que las autonomías. Y eso por no hablar de la esencia del matrimonio o del derecho a la vida, que eran cuestiones inviolables, con una solidez de miles de años, sí, de miles, y ya ven.
Parece que aquí los cambios posibles van siempre en un sentido y que el otro es dirección prohibida. Ante esto, Chesterton escribió proféticamente: "Hoy nada sería tan conservador como una revolución". En cambio, la inercia actual impone un sentido único que la derecha española va, aunque con el freno de mano echado, recorriendo a rastras. Les haría falta algo tan desesperado como un curso de autoayuda que les explicase que imposible sólo es lo que uno no se atreve a pensar.
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