Cambio de sentido
Carmen Camacho
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JOSEP Pla dividía a la gente en amigos, conocidos y saludados. Ángel Ruiz sumó una cuarta categoría: los no saludados: ésos que nos cruzamos y sabemos todo de ellos y ellos de nosotros, pero nos hacemos los locos. Siendo cuatro, ¿quién se resiste, aunque sea forzando un tanto, a la simetría de enlazar cada grupo con su estación? El verano es, sin duda, la apoteosis del saludo; el otoño, el tiempo de los conocidos, con el reinicio del curso; el invierno, por la Navidad, el frío y la chimenea, la estación de los íntimos; la primavera, en cambio, es el momento de los desconocidos y las desconocidas. No piensen mal: no he caído, tras tanto despotricar, en el lenguaje de género. Es que cada cual, en primavera, suele fijarse más o en las desconocidas o en los desconocidos, según, surgidos por ensalmo…
Ahora estamos, pues, saludándonos. Vuelven, tras once meses de letargo, un montón de caras que nos suenan del año pasado o de la vida pasada, de la vieja adolescencia. Y uno saluda enseguida, aunque pensando "¿quién era, Dios mío?" Encima, como el verano impone una rutina gregaria y apretada, y bajamos a la playa a la misma hora los mismos los mismos días y subimos todos a la vez y nos sentamos cerca, a fuerza de vernos sin descanso, se acaba saludando.
Y es bonito. Lo malo es cuando, o porque se coincide en el mismo camino o en una cola o, peor aún, en el brete de tener que hacer una presentación, no hay nada que decirse ni mucho menos un nombre ni un dato que ofrecer. Tras tanta efusividad un día tras otro, qué vergüenza quedarse en blanco.
Se llega a espiar con el rabillo del ojo al saludado anónimo a ver si se junta con alguien que pertenezca a la categoría de los amigos o, al menos, a la de los conocidos; e ir atando cabos. A veces, tras una meticulosa y callada labor detectivesca, se atan. A menudo, no. Y uno vive con el miedo de ser cogido en falta.
Que la otra parte saludadora esté igual es un consuelo a medias y, sobre todo, a ciegas. ¿Y si no? El otro día un caballero me saludó muy efusivo, con tan mala suerte que íbamos en la misma dirección. Tras unos metros, se derrumbó y reconoció que no me conocía de nada, pero que saludaba al voleo, por pura inercia estacional. Le recité a Baudelaire: "Hypocrite lecteur, -mon semblable, -mon frère!" Le sonó raro, pero viéndome tan sonriente, tan aliviado, tan solidario, retomó la calma. Ahora nos saludamos con otro ánimo.
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