Enrique / García-Máiquez

Sostener el refugio

Su propio afán

06 de septiembre 2015 - 01:00

RIGEN en nuestras sociedades al unísono dos fuerzas contradictorias y compenetradas: el sentimentalismo y el economicismo. Obsérvenlo con la crisis de los refugiados. Los argumentos no salen del margen o del dolor de corazón o del miedo (más interiorizado) por el bolsillo. Y no digo, en absoluto, que la compasión sea mala ni que las preocupaciones económicas sean baladíes. Estoy con el sentimiento, y cómo no estarlo. Estoy con las cuentas, y qué remedio. Pero también estoy asombrado de que los análisis apenas tengan en cuenta la geopolítica, las diversas culturas, las proyecciones futuras…

¿No les extraña, por ejemplo, lo poco que se relaciona la tragedia de refugiados y emigrantes -que, como nos advierten políticos y expertos, es un problema que durará decenios- con la grave crisis demográfica de la vieja (lo que no es un problema) y envejecida (lo que sí que lo es) Europa? Sólo nos preocupan los riesgos para nuestra economía, por un lado, y, por otro, calmar nuestras conciencias, tan amnésicas, como sabemos y lo veremos.

Un planteamiento responsable tendría que reafirmar las bases de esta Europa donde tantos buscan refugio. Si colapsa el refugio, no hay esperanza para los refugiados, como es lógico, ni para los refugiantes; así que debería ser una prioridad. Y en la medida en que fuésemos sociedades jóvenes, vigorosas, dinámicas y crecientes, más refugiados y emigrantes podríamos acoger. Es pura química: cuanto más líquido hay, más cantidad se puede disolver en él. Si hay poco líquido, enseguida se alcanza el punto de saturación, y surgen posos. La capacidad de una cultura de acoger a gentes de otra cosmovisión tiene unos límites, y si se sobrepasan no sólo hay problemas de convivencia, también de pervivencia de las instituciones, del sistema político, de la filosofía de fondo. Una sociedad menguante, envejecida, debilitada y, por tanto, retraída no puede abrir de par en par sus puertas y, muchísimo menos, tiene fuerza física, económica, política y moral para acudir a la fuente de los problemas, allá, en los países de origen.

Vale la preocupación económica, si echamos también las cuentas a largo plazo. Y está bien el arranque de piedad y sentimiento, si somos capaces de mantener esta sensibilidad a flor de piel hasta que eche raíces. El reto de los refugiados nos pone ante nuestro propio futuro, que hay que saber ganarse, también para ofrecérselo a los otros.

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