Cambio de sentido
Carmen Camacho
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Su propio afán
TIENE un trabajo muy exigente e internacional. Cuando le conocí, me contó su primera visita a Cádiz, para él alucinante. Vino a una boda y, como llegó con mucho tiempo a la iglesia del Carmen, se dio un paseo por la Alameda. "Qué bonita", pensó, lo que demuestra su buen gusto. Vio un puesto de frutos secos y chucherías. Pidió un cartucho de pistachos. "No", le dijo el del puesto, muy tajante. "¿Cómo?", se sorprendió él. "Que no. No", replicó empecinado: "Llévese mejor unos altramuces". El abogado polemista despertó en él: "¿Y se puede saber por qué se niega usted a despachar a un cliente?". "Están maníos", tuvo que confesar. Era la respuesta final.
Mi amigo no daba crédito. Si estaban mal, ¿por qué no los tiraba? Si no los tiraba y los tenía ahí, ¿por qué no daba salida al género y se los colaba por toda la escuadra a ese turista finolis al que no volvería a ver jamás? Allí, frente a los pistachos maníos, mi amigo tuvo la revelación de que Cádiz es otro mundo, tal vez parte de la Atlántida hundida. El estrecho ismo que la une al mundo de todos los demás no es un accidente geográfico: es un símbolo.
Yo oía la anécdota con la satisfacción comprensible, por la parte que me toca. Hay un doble señorío en, primero, la honradez de no querer venderle una mercancía averiada a nadie, ni al más guiri; y luego en el orgullo de tener reparos en reconocer que no está todo en perfecto estado de revista y en resistirse a faltarle a los propios pistachos. Pero, ¿por qué no los había tirado?, es la pregunta decisiva. ¿Sería la pereza, la procrastinación, el cariño que uno le ha ido cogiendo a unos viejos pistachos que te llevan haciendo compañía tanto tiempo? Yo no lo sabía, no pude contestarle.
He recordado la historia ahora porque creo haber dado con un motivo posible, sin descartar los anteriores. Los pistachos cumplían una función estética y formal. Rellenaban la batea del puesto. Y lo harían muy bien, como demuestra el hecho de que a mi amigo le entrasen por los ojos. Yo, que tengo que rellenar todos los días la bandeja de este chiringo mío de artículos, también tengo que tirar a veces de viejas anécdotas (ésta sin ir más lejos), esperando que tapen el hueco y que queden resultonas, aunque resulten un tanto revenías y no tengan demasiado alimento intelectual. Ésta vale con que quede bonita. Para llevarse, mejor la de ayer o, a lo mejor, mejor la de mañana, con suerte.
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