Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Su propio afán
NO sé si al revolucionario Alberti le gustaría saber que todas las noches recito sus poemas a mis hijos por guardar una santa tradición. Mi padre me leía las nanas de Marinero en tierra, que son una espléndida muestra de poesía infantil, y yo hago lo mismo.
Pero no todo es lírico. A cuenta de la "Nana de la tortuga" se pelean mis dos hijos. La cuestión rebasa los márgenes de la intimidad en cuanto que plantea uno de los grandes temas de nuestro tiempo. Resulta que mi hija de cinco años considera intolerable que el poema termine "Y sí que nos gusta a mí/ y al niño ver la tortuga/ tontita y sola nadando". Nos exige que digamos, por la dignidad animal y los derechos de los testudines, "listita y sola nadando".
Mi hijo, un año más pequeño, defiende bravamente la literalidad del poema. Y esta vez me parece (si me lo permiten y no me acusan de machista o patriarquista) que le sobran las razones. Está la estupenda aliteración entre "tortuga" y "tontita", que transmite el tortuoso trastabilleo que se trae andando torpemente el animal; está la ternura que nos tiene que producir el poema, que se basa un poquito en la compasión, que potencia el hecho de que la tortuga, como se nos informa al principio, se alimente de perejil y de hojitas de lechuga, la pobre; y está, sobre todo, la perfecta descripción realista, pues no es la tortuga, como se le ve en la cara, equiparable al zorro en cuanto ingenio y brillantez. Por otra parte, si cedemos ante la pretensión de mi hija, entraríamos en una dinámica diabólica: ya no sería tontita, pero seguiría sola y eso habría que remediarlo de inmediato: la tortuga tiene derecho a rehacer su vida. Luego, habría que variarle la dieta, y así inacabablemente.
El discurso de lo políticamente correcto no es otra cosa. Con muy buen corazón, nos prohibimos llamar "tontita" a la tortuga y a tantas otras cosas por su nombre. Perdemos así la posibilidad de aprehender directamente la realidad y nuestros debates se van haciendo más virtuales, menos prácticos. Eso los desvirtúa y acaban inútiles. Por una reacción lógica, por un movimiento pendular que merecería un estudio más largo y más docto, aumentan proporcionalmente los insultos gruesos y desmesurados. Y es que vamos perdiendo progresivamente la fe en la palabra precisa y en la discusión esclarecedora. En casa, por tanto, la tortuga, mientras podamos permitírnoslo, seguirá nadando tontita y sola.
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