Cambio de sentido
Carmen Camacho
¡Oh, llama de amor propio!
Su propio afán
EN las palabras de Mariano Rajoy en la inauguración del Puente de la Pepa hubo, como preveíamos en el artículo del lunes pasado, la referencia de rigor (que es el único rigor que él se gasta) al problema catalán. Eso estaba cantado y Rajoy lo interpretó casi con las mismas palabras que habíamos supuesto. Dijo: "Los españoles somos constructores de puentes. Sigamos edificando futuros logros sobre pilares de entendimiento y de concordia". Qué exacto resulta el presidente cuando afirma que él es totalmente previsible.
La metáfora del entendimiento y los puentes, que está muy bien, por supuesto, la podemos dar, por tanto, por amortizada. La otra orilla del puente era la acusación de su uso partidista, pepero y teofilófilo. Creo que aquí el error estratégico ha sido de los rivales políticos, que han protestado demasiado del puente, cuando ya está hecho. Si todos se hubiesen alegrado a una, no habrían dado tanto campo a la celebración de parte (de partido).
Con todo las críticas al precio de la obra y a su dudosa necesidad para la ciudad, tan igualmente amortizadas, pueden dar pie a una reflexión nueva, aunque José Joaquín León estuvo a punto de pisármela ayer, cuando instaba a celebrar la construcción del puente sin más postureos. Aún puedo aportar un matiz. El puente es un puentazo que es un puntazo a favor de la gestión y a la decisión política. Aquí está su espléndida realidad, su hito de la ingeniería, su valor como icono de la ciudad, su airoso perfil.
Cierto que ha costado una fortuna y que es una obra que quizá no era de primera necesidad, pero también es cierto que ese dinero no estaba ahí, quieto, esperando que decidiéramos qué hacer con él, sino que se reunió para el puente, porque se creyó y se luchó por él. Si se hubiese apostado por la inacción esperando la unanimidad completa o si las críticas hubiesen paralizado la ilusión, no habría puente. Las propias dudas sobre el proyecto, sus dificultades técnicas, sus exigencias económicas, políticas e institucionales lo hacen mucho más simbólico. Es un aviso contra la tentación constante de hacer de todo menos hacer algo. Es un canto a la decisión y al empeño y a la acción decidida. Hubiese sido estupendo que estas ideas hubiesen cruzado la cabeza de Mariano Rajoy en la inauguración. Él, tan partidario de verlas venir, ¿habrá visto que al puente hubo que hacerlo venir sobre las aguas y sobre tantas otras cosas?
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