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MENOS mal que el segundo puente ha venido a echarnos un cable. Quieren las reglas del columnismo que, en plena campaña electoral, dediquemos nuestros artículos a las contorsiones de los políticos por ganar el voto y a los más diversos futuribles. La campaña electoral catalana, sin embargo, nos ha ido cansando a todos: a mí, seguro, y a los demás, a lo que se ve, también. Por suerte, como digo, el puente nos ha permitido cruzar la última semana electoral sin salpicarnos demasiado de campaña.
El interés ni siquiera estallará esta noche. Las encuestas, escaño arriba o abajo, se han puesto de acuerdo para aguarnos la emoción. Quizá eso contribuya a esta falta de interés, que no debe justificarse por la lejanía de las elecciones catalanas, que nos cogen muy de cerca: afectan a la soberanía nacional, que atañe a todos los españoles. Y más a los gaditanos, si cabe, por eso de la Constitución del 12.
Pero la causa más honda de nuestra desafección es que las verdaderas cuestiones comienzan mañana. ¿Los integrantes de "Juntos por el sí" respaldarán a Mas? ¿Habrá declaración unilateral de independencia? ¿Cuál será la reacción del Estado? ¿Cambiarán las elecciones catalanas las expectativas de votos de las nacionales? ¿Estallará la crisis institucional que necesitamos y el examen de conciencia colectivo? Muchas preguntas, pero todas a posteriori. Por eso, tendemos a suspender, instintivamente, el juicio.
Lo que es un éxito indiscutible de Artur Mas, un político que, tras un gobierno ruinoso, ha tenido que acudir al odiado gobierno central a por liquidez, y que ha creado bastantes más problemas de los que ha resuelto en la vida cotidiana, además de este problemón político. Si en la campaña se hubiese juzgado su gestión, qué suspenso.
Pero el juego de manos de Mas ha sido perfecto, eso hay que reconocérselo, aunque lo haya sido sólo para él. Ni para su partido, que sale partido, ni para su región, que sale rota.
El éxito o el fracaso de su jugada no se puede juzgar por la campaña, que le ha salido bien, ni por el recuento, que puede que le salga bien. La clave estriba en las preguntas que hemos dejado para mañana y, mucho más, en las respuestas que se les den, si se les dan, que deberíamos darlas. Tal vez el silencio de estos últimos días sobre la campaña catalana no haya sido tanto por cansancio como por dosificación de fuerzas. Todavía nos queda mucho que hablar, casi todo.
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