Cambio de sentido
Carmen Camacho
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Su propio afán
HA pasado el tiempo suficiente para hacer un balance del día de la fiesta nacional. En realidad, apenas han pasado tres días, pero en nuestra actualidad acelerada es una eternidad y ya empieza a quedarnos atrás, sobre todo tras el repentino hundimiento del PP, que hace aguas de golpe por la derecha liberal (Cayetana Álvarez de Toledo), por la periferia (Arantza Quiroga) y hasta por dentro (Montoro dixit). De tanto querer ser de centro lo van a conseguir terminando como la UCD. Pero no nos precipitemos nosotros ni obviemos que la fiesta deja un balance bien halagüeño para los que estamos orgullosos de nuestro país.
Ha tenido un inmenso eco mediático. Aquello de hace unos años cuando Rajoy se refirió al desfile como "un coñazo" [sí, sic, ay] es historia. Porque se podrá estar a favor o en contra, pero aburrido no ha sido. Desde que Pablo Iglesias se hizo un lío con la invitación de la Casa Real ha sido un no parar de desmentidos, declaraciones cruzadas, salidas de pata de banco, movimientos estratégicos, miradas con los rabillos de los ojos y alta tensión en las redes. Que el índice de audiencia del desfile haya batido récords es un índice.
Luego, está el gran servicio a la patria que están prestando los de Podemos. Suman el desgaste de sus líderes, las dudas sobre la gestión donde gobiernan y las decepciones crecientes de sus afiliados y, hoy por hoy, sus declaraciones producen en una buena parte del respetable una antipatía automática. Menospreciar los símbolos de España ha sido un viejo deporte nacional, una españolada. Lo de flagelarnos por el Descubrimiento de América lo llevamos haciendo, a pesar de todas las evidencias históricas, desde Bartolomé de las Casas. Pero ha sido apuntarse los de Podemos y ha saltado la opinión pública como un resorte. Tantos años buscando la piedra filosofal de un nuevo patriotismo en el fútbol, en el rollo constitucional de Habermas o en la marca España, y resulta que la fórmula estaba en algo tan ibérico como la reacción. La reacción al discurso de Podemos.
Por último, cuaja, al fin, el relevo generacional. No es sólo Rivera, es el ambiente. El ejército, formado en su mayoría, como es lógico, por jóvenes, ofrece una imagen moderna y atractiva, sin dar la espalda a su código, a sus principios ni a sus tradiciones. La fiesta nacional ha celebrado a España como siempre, pero nosotros hemos celebrado la fiesta nacional como nunca.
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