Cambio de sentido
Carmen Camacho
¡Oh, llama de amor propio!
Su propio afán
EL debate de la noche del domingo entre Albert Rivera y Pablo Iglesias no consiguió levantarme de la silla. A pesar del entusiasmo de las redes sociales o con uno (casi siempre) o con otro (apenas), estoy de acuerdo con el afilado análisis de Luis Miguel Fuentes: "Bueno, ha sido todo un poco Epi y Blas". ¿Deduzco, por tanto, que Évole estaba en el papel de la rana Gustavo, aunque eso no lo dijese Fuentes, tal vez por corporativismo? Yo trataba de concentrarme en el acontecimiento político-periodístico de la semana, pero, como no veía a Rivera con la contundencia que esperaba ni a Iglesias de ningún modo y parecían empeñados en posar como amiguitos del alma y los dos fallos gordos -que comentaré mañana- los cometieron ambos al unísono, el santo se me iba al cielo. Me puse a pensar en cómo lo estarían viendo los otros políticos.
Mariano Rajoy lo miraría de reojo con cierto desdén. No le parecerían serios ni solventes esos políticos de café con leche, tal vez descafeínados, y datos aproximativos. Esta vez al presidente no le faltaría la razón, sino en el motivo. Casi todas las respuestas (unas más y otras menos) adolecían de solidez, pero el hecho de debatir a pecho descubierto, es un síntoma de que algo ha cambiado en la política española y para quedarse, aunque Rajoy -supongo yo- ni lo vea ni quiera verlo ni lo quiera.
Pedro Sánchez pensaría -sigo deduciendo-, todo lo contrario. Envidiaría a los dos jóvenes líderes su situación y su arrojo. Le gustaría estar allí, aunque luego, ante las preguntas concretas, pensase: "Uf, ésa, uf, la otra, ¿qué habría ido respondiendo yo?" Por disponer o no de un mensaje que dar, por una parte, y porque ese mensaje fuese algo distinto del de los otros dos. La socialdemocracia es el mínimo común denominador.
Alberto Garzón hubiese tenido el mismo problema: diferenciarse, que es el asunto transversal de los políticos españoles; y más que envidia, rabia por no haber sido invitado a la quedada. Pero le invitaron a comentarla. Aunque no sé si eso es ya recochineo.
Para cerrar la nómina, José María González, Kichi, que, como es un hombre humilde, no se preguntaría por qué no estaba invitado y que se sentiría perfectamente representado por Pablo Iglesias (¿sí?). Toda su agitación anímica sería por cómo es posible que se les pasara sin tocar en el debate el tema del Descubrimiento de América, ¡cómo! Y eso es todo, amigos. Son los líderes.
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