La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Su propio afán
EL título puede resultar engañoso, pero no, no no voy a hablar de política local. Retomo el propósito de repasar las obras de misericordia, que falta nos hacen. Y de todas, la más difícil: "Sufrir con paciencia los defectos del prójimo", aunque no lo es por lo que estáis pensando, pillines.
La primera dificultad estriba en no suponer que la obra de misericordia atañe a los demás, para que soporten con paciencia (mejor, con alegría, mejor, con agradecimiento) nuestros defectos. Aquí debe regir una ley del embudo invertido. Nosotros soportamos los defectos del prójimo y tratamos de cumplir la parte no escrita de esta obra de la misericordia: evitarles los nuestros, que no lo conseguiremos.
No acaban ahí las dificultades. No se trata de fijarse con delectación en los defectos de los demás ni para aprovecharlos como medio de ejercitar una paciencia fotogénica. Esta obra de misericordia es muy dinámica. Antes de ella hemos de cumplir con otra previa: dar consejo al que lo necesita, para que deje sus defectos. Y también se mueve hacia delante: nos lanza hacia la última obra de misericordia espiritual, que es rezar por los vivos, para que pierdan ese defecto. En resumen, hemos de aspirar a no tener que practicar esta obra de misericordia porque ningún prójimo tenga defectos, como también lo ideal sería no tener que dar de comer a los hambrientos porque no los haya.
Aunque será raro que dejemos de practicarla nunca, y no porque siempre vayan a tener defectos los amigos, los conocidos y los saludados, sino porque el verdadero peso de esta misericordia no está donde parece. No está en "sufrir". Ni tampoco en los "defectos", porque a menudo lo que nos mortifica del prójimo no son propiamente defectos, sino maneras o manías y, a veces, incluso virtudes, que así somos. El mérito, el peso y la clave de esta sinuosa obra de misericordia está, como era de esperar, en la "paciencia". Y ésa siempre es poca, y está al albur de nuestras desazones interiores, que traemos puestas de casa, y es, por tanto, una lucha interior.
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