El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
Su propio afán
A LA tercera vez que me puse el vídeo de la enésima trifulca municipal en el ayuntamiento de Cádiz, me he preocupado. Una vez, vale, por estricto cumplimiento del deber de columnista, pero ponérmelo en bucle es impúdico, lo confieso. Hay una pulsión voyeurista en mirar en corro peleas gritonas y un punto ridículas, como de patio de vecinos o de patio de colegio, patosas. En el ayuntamiento son capaces de mantener una agria gresca incluso cuando hay unanimidad, lo que ya es de récord.
Dignas, dignas, ante una bronca, caben tres actitudes. O intervenir apoyando al que uno piensa que tiene razón, si está perdiendo, que si no tampoco hace ninguna falta. O meterte en medio a pacificar por la fuerza, paradoja que conlleva el riesgo cierto de llevarte, como decíamos anteayer, las más de las tortas. O volver la espalda. Regodearse y reírse con los golpes, como si estuviésemos en una vieja película en blanco y negro no está bien. Aquellas películas se justificaban por el hecho impagable de ser mudas.
Por supuesto, hay discusiones nobles, peleas intelectuales de altura, contestaciones ingeniosas, ideales contrapuestos -puestos, por estar en contra, a prueba-, etc. Esos debates hacen mucha falta y da gusto verlos. Se me ocurre, aun a riesgo de soliviantar a muchos animalistas y a algún partidario de las peleas de gallos, una posible analogía. Las peleas de gallos rebajan algo a sus espectadores, mientras que una corrida de toros eleva a sus aficionados. La diferencia estriba en la grandeza de los contendientes. En los toros, el espectador reconoce la superioridad física del toro y la moral del torero, por su valor, su técnica y su arte. Entonces, sí puede uno ponerse en la barrera y aplaudir, humildemente.
Aunque no hay mal que por bien no venga. Tras mis sesiones de momentos estelares de plenos del ayuntamiento, me he hecho con una herramienta universal de apreciación de los discursos políticos. Los oigo y me pregunto: ¿pegarían en un pleno presidido por Kichi y animado por el resto de la troupe, o se despegarían? Con independencia de sus ideas, que hoy no juzgo, comparen a Albert Rivera y a Pablo Iglesias en sus respectivas ruedas de prensa tras sus encuentros con Rajoy en La Moncloa. Ahora, guiándose por su íntegro instinto, díganse a cuál el atril monclovita le caía como una chaqueta bien cortada y a quién no cuesta nada imaginárselo en un pleno de Cádiz, en su salsa.
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