La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Su propio afán
EL corazón tiene muchas estancias; y en él caben, por tanto, la angustia ante el procés y otras alegrías y nuevas angustias. El corazón es un cocktail, uno agridulce, con un toque de sal y limón, agitado, no revuelto. En consecuencia, mi obsesión catalana no impidió que me alegrase de que TVE fuese a emitir una versión de La española inglesa, novela de Cervantes, ejemplar donde las haya. Y esa alegría, a su vez, traía sus propios temores.
¿Le darían a Cádiz el papel de peso que tiene en la obra? Los ingleses raptan en nuestra ciudad a la niña Isabel. Es un episodio álgido de la historia de amor entre la provincia e Inglaterra, que tiene su cumbre en la pasión de Shakespeare por el jerez y que resumió José María Pemán llamando a nuestro rincón la Andalucía inglesa. Es verdad que un asalto culminado con un rapto no parece un episodio muy sentimental, pero así es la historia y hasta hay quien fecha en los saqueos el inicio de la afición británica por el sack (esto es, por el jerez). Lo advirtió, en todo caso, Shakespeare: "The path of the true love never did run smooth", o sea, que el sendero del amor es abrupto. Y para demostrarlo, la historia de la española inglesa, que empieza fatal y va de mal en peor hasta que… acaba como mandan los cánones. Respecto a Cádiz, respiré tranquilo: aunque hubiese preferido tomas de la ciudad -la estética casi teatral, tipo Estudio 1, no daba para mucho en localizaciones-, sí le daban su sitio.
El otro miedo mío era que se obviase un aspecto que Cervantes tuvo a bien destacar: el criptocatolicismo inglés. Los raptores de Isabel eran católicos ocultos, como había tantos en la Inglaterra de entonces. Shakespeare casi no los nombra, como es lógico, siendo él mismo, con muchas probabilidades, uno de ellos. Un valor añadido de esta novela consiste en la descripción de esa situación sobre la que los mismos ingleses, por la cuenta que les traía, callaban. No cuesta nada imaginar a Shakespeare, perfecto coetáneo de la historia, entre los figurantes. Para mi alivio, la versión de TVE fue muy fiel a esta cuestión.
Comprenderán ustedes que habiéndose salvaguardado lo esencial, no voy a quejarme de la actriz ni de algunos anacronismos chocantes. ¡Si nos dejaron oír hasta retazos de la prosa sazonada de Cervantes! Estas iniciativas de la televisión pública conviene aplaudirlas públicamente; más aún cuando casi todo lo público aburre o irrita.
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