Enrique / García-Máiquez

Nada es gratis

Su propio afán

23 de noviembre 2015 - 01:00

EL día en que, a lo Dante, me vi "en medio del camino de mi vida", supe que jamás me faltarían temas de escritura. Tenía que matizar, corregir o refutar minuciosamente cuanto había dicho en la primera mitad de mi existencia. Hasta hace muy poco, por ejemplo, sostenía que la buena educación otorga una ventaja injusta y es un factor muy poco igualitario. (Quizá eso explique la manía subconsciente que le tienen los fanáticos de la igualdad a la buena educación.) Y poniendo cara de interesante, lamentaba la injusticia de que algo que se adquiría sin esfuerzo ni mérito marcase tanto la diferencia.

Sigo pensando que marcarla, la marca, en eso no he cambiado. Lo que los modernos llaman "habilidades sociales" son, en una proporción elevadísima, buenas maneras, a las que se les cambia el nombre para disimular. La capacidad de comunicar, el liderazgo eficaz o una negociación exitosa vienen determinadas por la buena crianza a unos niveles que ningún manual de autoayuda se atrevería a confesar. Y cualquier empresa prefiere que la represente en una reunión quien sepa conducirse en la mesa y en las presentaciones.

¿En qué vengo, entonces, a corregirme o a matizarme o a refutarme? Pues en lo de que eso sea algo injusto porque se adquiere sin esfuerzo. Cuando lo pensaba, no era padre. Las buenas maneras son la asignatura más ardua del universo, ríanse ustedes de la física cuántica. ¿Cuántas veces al día durante cuántos años repite uno a sus salvajes criaturas las más elementales normas de comportamiento: comer con la boca cerrada, dar las gracias, saludar a los mayores, pedir perdón, no gritar, sentarse bien, no chincharse y no quejarse por tonterías, cuántas, cuántas? Acaba uno exhausto, sobre todo los lunes.

De manera que no es gratuito ni un privilegio llovido del cielo, sino ganado con el sudor de la frente. El matiz es que se gana con una generación de adelanto y la contrapartida es que se asume el compromiso de transmitirlo a la generación siguiente -¡ya veréis lo que os cuesta, hijos míos!-. Algo así como los trabajos de plástica: mi madre me los hacía a mí, perfectos, y ahora nosotros se los hacemos a nuestros hijos, más o menos bien, imposibles, desde luego, para unos niños tan pequeños. A las profesoras, que saben latín, no les importa, porque ya los harán ellos cuando tengan niños. Nada es gratis, y la rueda de la vida gira maravillosamente (empujada por nosotros).

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