Enrique / García-Máiquez

Trampucherías

Su propio afán

01 de diciembre 2015 - 01:00

AHORA dedico la mejor parte de mis tardes a ver jugar a los niños. Resulta de lo más instructivo. El que gana (a lo que sea) no tiene ningún problema, qué va, todo genial, una sonrisa de oreja a oreja; pero el que pierde se carga de razón, clama al cielo, humillado y ofendido, y acusa al mundo: "Trampa, trampa, tramposos…" Los he observado con atención y curiosidad científica, y no he detectado ni un ápice de ironía en las criaturas: lo dicen (lo lloran) absolutamente en serio. Perder va contra todas las reglas humanas y divinas.

Como sabía de sobra sir William Golding, los niños sueltos son un reflejo (¿o un preflejo?) de las fuerzas básicas de la política. No hace falta pasar por la isla de El señor de las moscas: basta con hojear los periódicos. Miren cómo varían las encuestas sobre los resultados de las próximas elecciones según el medio que las publique. La Razón y ABC dan los mejores resultados al Partido Popular, El Mundo anima mucho a Albert Rivera y El País apuesta por todos a la vez, con un triple empate, apuntándose a todo. Las variaciones en las predicciones se entienden porque es un escenario complejo y volátil, pero lo que me escama más es lo inclinadas que están hacia las inclinaciones del medio que las encarga. ¿Las harán entre sus suscriptores? ¿O las empresas demoscópicas querrán agradar a los clientes? ¿O como niños tendrán asumido que ellos tienen que ganar y que, si no, es trampuchería?

Y esto de las encuestas es todavía una sensación mía, pero qué me dicen ustedes de la deuda ilegítima. ¿Tiene o no tiene un punto infantil que tira para atrás? O sea que la deuda que debe uno es ilegítima y vámonos que nos vamos a una quita. La deuda de los demás es otra cosa, sobre todo la de nosotros, los particulares, que no podemos (¿podemos?, no podemos) montar un pleno para declararla ilegítima, así que a fastidiarse. Esta mentalidad infantil alcanza su apogeo con los resultados de las elecciones. Cuando ganan los nuestros (sean ésos los que sean), el pueblo es sabio, además de soberano y, si uno sabe latín, se marca incluso el consabido: "Vox populi, vox Dei" y se queda tan pancho. Si ganan los otros (los que fueran), entonces la gente no sabe lo que quiere y vota por miedo o por avaricia o por insolidaridad. Esto es, como los niños, exactamente, que cuando pierden se plantan en medio del parque o de la plaza, llorando: "¡Trampa, trampa!" No crecemos.

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