El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
Su propio afán
AUNQUE la moda es poner cara de hastío y presumir de lo pesada que resulta la campaña, está más interesante que nunca. Los emergentes dan juego, las encuestas van en cuesta arriba, en cuesta abajo y los debates sirven. Iglesias se ha reenganchado. Se observan ligeros signos de cansancio en Rivera, que pueden ser rápidos e ir a más, o no. A Rajoy la táctica del erizo le funciona. Y la fábula de la zorra de Sánchez es cada vez más la de la zorra y las uvas.
Pero como de Sánchez (y de su sombra, Susana) y de Iglesias ya he hablado, toca Rivera. Su regreso a Cádiz no provocó el entusiasmo de cuando la presentación de su programa institucional y eso es otra prueba de su leve agotamiento. Pablo Iglesias ha pasado por un desfallecimiento mayor, y en ambos casos se debe a lo mismo: a una exposición desmedida a los medios.
Profético, lo advirtió, ¡y antes de la televisión!, don Francisco de Quevedo, tan aficionado a la política: "Todo lo cotidiano es mucho y feo". Y no es sólo que seamos niños caprichosos que exigimos novedades constantes, sino que, de tanto ver la misma magia (aunque sea dialéctica u oratoria), se le termina cogiendo el truco.
En Rivera hay algo que puede considerarse un tic generacional. Lo que a él, que tanto presume (como el otro) de radiante juventud, quizá le haga gracia. Se trata del recurso al "corta y pega", que es una técnica de trabajo intelectual y académico típica de los nativos digitales. En el caso de Rivera se ve con sus propuestas. Las lanza, las que sean, y suenan muy bien. Hasta ahí, genial. Pero si alguien se las critica, responde, atónito: "¡Si es lo mismo que se hace en Austria, o en Noruega; o en Dinamarca; o en Alemania!" Ha hecho Albert Rivera un programa Erasmus, o un Interraíl. Su lema podría ser "España no será diferente", con un guiño travieso a Fraga.
En principio, eso no es malo; de hecho, muchas medidas de Ciudadanos son realmente regeneradoras y deseables. Pero a Rivera se le nota la falta de una visión propia de España (más allá de la constitucional del 78) y, sobre todo, la de una cosmovisión. Ningún otro las tiene, pero en él, que es tan bienintencionado, la falta se siente más. Y él la subraya con esa confianza tan cándida en sus propuestas copiadas y su desconcierto adolescente cuando se las critican, como al alumno al que no le pones la máxima nota, y te protesta: "¡Cómo puede ser, si está igual que en Wikipedia!"
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