El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
Su propio afán
EN esta campaña tan personalizada y tan de gestos y postureos mediáticos y demoscópicos, se están tocando, inesperadamente, algunos temas de importancia, aunque muchos otros no. Entre los importantes, la educación, con varios partidos clamando por un pacto transversal y definitivo. Anima la cuestión que el filósofo José Antonio Marina haya hecho público el libro blanco que le ha pedido el ministro del ramo.
De las propuestas de Marina habrá que hablar mucho. Suenan bien, en general, la propuesta de dignificar la profesión de profesor, no sólo con campañitas institucionales, siempre cursis y que no sirven de nada, menos para los que las hacen, sino también salarialmente y con un diseño de las carreras donde quepa la promoción y el reconocimiento del mérito. Suena mucho peor, pero tampoco está mal, la contraprestación: esto es, un aumento de la exigencia, de la preparación y de la evaluación del profesorado.
La letra pequeña y las propuestas más concretas presentan más aristas, como es natural. Una de las más sorprendentes es la ocurrencia de llevar a los mejores profesores a los peores colegios e institutos. La buena intención se ve de lejos, pero más lejos se ve cómo eso se pueda llevar a la práctica. Imaginen a muchos profesores haciendo lo posible por ser un poco menos buenos con tal de que los dejen quedarse en los puestos en los que han conseguido trabajar con buenos resultados. Y si la medida fuese un éxito y mejorase milagrosamente los institutos a su paso, esos profesores de élite tendrían la vida rodada de un feriante. En cuanto mejorasen los resultados de un centro, tendrían que volver a la carretera. O todavía más grave: en una aplicación pedagógica del famoso principio de Peter, todos encontrarían la estabilidad en los institutos en los que no consiguiesen destacar, implantando la mediocridad general básica.
No quiero hacer una caricatura de una medida de la que habría que leerse la letra todavía más pequeña; pero sí avisar de los riesgos. Por un lado, el desdén último de la excelencia. Si un colegio o un instituto tiene resultados excelentes, lo suyo sería no tocarlo, sino enmarcarlo. Por otro, ¿no se deja muy poco espacio a la responsabilidad y al mérito de los propios alumnos en sus resultados brillantes? Ellos, por encima de sistemas, de programas, de planes, de proyectos, de políticos e incluso de profesores, son los principales protagonistas.
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