El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
Su propio afán
DE todas las obras de misericordia, "perdonar las injurias" es la más increíble. "Soportar con paciencia los defectos de los demás" es más estoica, sí, entre otras cosas porque en la mayoría de los casos no queda otro remedio. Pero con el perdón de las injurias renunciamos a lo único que muchas veces está en nuestra mano, en nuestro corazón: la posibilidad de reservarnos un reconfortante rencor.
El paganismo a tanto no llegaba. A lo más, a la preciosa historia de la muchacha tracia, la que un día se rió de Tales de Mileto con un hilo de voz cristalina que ha atravesado los siglos. Se carcajeó del sabio cuando éste iba distraído, mirando o pensando en las estrellas, y se pegó un batacazo. Si a Tales le rigiesen tales obras de misericordia como las nuestras, ahí acabaría la historia, con la chica tronchándose y con el sabio perdonando las injuria mientras se sacudía el polvo y se tentaba los huesos. Pero gracias a su atenta observación del cielo, pudo predecir las lluvias del año siguiente, hizo unas oportunas inversiones agrícolas y amasó una gran fortuna aceitera. Eso estuvo muy bien, lo reconozco. Y fue, como diría Ana Pastor, un zasca en toda la boca a las risas de la muchacha. Tanto, que siempre he tenido la sospecha de que al final se casaron, tras la fortuna, y que ella ya no se reía, sino que sonreía, dulcemente.
Más allá de mi irremediable romanticismo, perdonar las injurias, sin más, sin rebatirlas ni dejarlas en evidencia, sin recompensa ni resarcimiento, tiene un mérito moral mayor. Y más cuando vivimos en la sociedad de los like de las redes sociales. Lo explica muy bien el filósofo Byung-Chul Han en "Psicopolítica": estamos ahogándonos de positividad y buen rollo por fuera. Las injurias van ahora por dentro y por detrás, donde duelen más.
Pensador de tiempos más severos, Diego de Saavedra Fajardo advirtió que de las injurias siempre se puede sacar una feraz cosecha y una excelente fortuna, aunque no se sea Tales de Mileto. La injuria advierte y perfecciona, incluso la peor, que es la calumnia. Por eso la representaba como una tijera, que remedia los defectos del telar. "No tiene el vicio mayor enemigo que la censura", resumía. Claro que, para sacar tanto bien de las injurias, hay que partir de nuestra obra de misericordia, y perdonarlas. Si uno está cegado por la rabia o el resentimiento, no las aprovecha. La misericordia es nuestra muchacha tracia.
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