Enrique / García-Máiquez

El viejo traje nuevo

Su propio afán

15 de diciembre 2015 - 01:00

UN muchacho de 18 años en un trabajo escolar de hace un año predijo la suspensión de pagos de la inmensa Abengoa. Se llama Pepe Baltá, y entonces estudiaba en el colegio Viaró de Barcelona, aunque ya está en primero de Medicina, ni siquiera en Económicas. Utilizó los datos que la compañía ofrecía en su página web, y nada más. Hasta qué punto esto ha puesto en ridículo a las grandes consultoras, a los organismos reguladores, a los analistas de riesgo de los bancos más sólidos y a la prensa especializada, puede matizarse. Más que la torpeza de esos especialistas, me malicio que evidencia los múltiples factores que ellos barajan y les condicionan, entre los que se cuentan los intereses de unos y de otros -los intereses creados-, y también ese halo (espeso) de su aire de superioridad.

En cualquier caso, hay un maravilloso efecto "traje nuevo del emperador", esto es, la facilidad con la que una mirada sencilla y desprejuiciada ve la realidad de las cosas. Ya conocen el famoso cuento de Hans Christian Andersen. Y su precedente anterior, estas antiguas palabras, tan inquietantes y celebrativas: "Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños" (Mt 11, 25). No son frases bonitas ni demagógicas. La historia demuestra hasta qué punto muchos grandes descubrimientos y obras de arte han surgido de aficionados. Lo ha resumido el aforista Gómez Dávila: "El oficio del profesional, en las ciencias del espíritu por lo menos, es el estudio de las obras del aficionado".

El hombre común no deja de alegrarse instintiva, íntima e irremediablemente. Y tiene razón. A fin de cuentas, como no se cansó nunca de señalar Chesterton, la base de la democracia consiste en que el pueblo, con su falta de estudios especializados, con la guía de su buen sentido apenas, se equivoca menos que los poderosos y los especialistas con su complejo de superioridad a cuestas echándonos, encima sus complejos razonamientos abracadabrantes.

¡Bien, pues, por Pepe Baltá! Su trabajo escolar no pasa, en apariencia, de ser una anécdota curiosa. Sin embargo, es un símbolo. Y nos llega en el mejor momento: en medio de una campaña electoral repleta de encuestas, sondeos, informes, prestigios arrojadizos, populismos profesorales, jergas tecnocráticas y discursos de "¡Dejadme solo!". Nos susurra al oído: confiemos en nuestra mirada desmitificadora.

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