El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
Su propio afán
CUANDO se escribe una columna a diario, los silencios del articulista son más clamorosos, porque tienen menos excusa. Hay cuestiones, sin embargo, de las que no se puede opinar y suelen ser las más transcendentes. Han pasado varios días desde la muerte en el ataque yihadista de Kabul, de los policías nacionales Isidro Gabino Sanmartín y Jorge García Tudela, y yo no les había dedicado una columna.
No porque no los tuviese presentes, sino porque esto es una columna de opinión y está en la sección de opinión, y ambos nombres son dos avisos muy pertinentes. Sobre el sacrificio de nuestros policías no hay, en realidad, opinión que valga. Los griegos distinguían la "doxa" de la vía de la verdad o de la esencia; y aunque la "doxa" u opinión puede ser a veces una vía de acceso a la verdad, no es ése camino transitable para todas las noticias, y no, desde luego, para las más trágicas. Casa bien, en cambio, con la política, y por eso aquí se habla tanto de las elecciones.
Pero una nación no puede callar ni mirar hacia otro lado ante la entrega de sus mejores hijos. Lo ha dicho perfectamente el hermano de Jorge García Tudela: "Murió por defender los valores en los que creía: su familia, su trabajo y una patria en libertad y justicia". ¿Cuál es la solución, entonces, si la opinión no vale y el silencio tampoco? El rito.
La llama perenne por los caídos, el himno, las medallas al mérito de un oro incorruptible, las salvas al aire y la bandera que ondea a media asta queriendo bajar a cubrir el ataúd… tienen la altísima función de conjurar el vacío y de sellar el compromiso y de reconocer la deuda colectiva cuando la opinión y los discursos no alcanzan ni pueden ni tienen nada que añadir.
Por eso los chistecillos sobre la bandera, las chuflas al honor o el desprecio de las tradiciones no son minucias. Nos dejan inermes ante nuestros enemigos y, lo que es todavía peor, nos dejan inanes ante nuestros héroes. Sin la capacidad de rendirles el homenaje debido. La poesía, que también le aguanta la mirada a la muerte, lo explica en el poema "Exaltación del rito" de Julio Martínez Mesanza: "Quien no comprende la razón del rito,/ quien no comprende majestad y gesto/ nunca reconocerá la humana altura,/su vano dios será la contingencia./ Quien las formas degrada y luego entrega/ simulacros neutrales a las gentes,/ para ganarse fama de hombre libre,/ no tiene dios ni patria ni costumbre".
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