El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
Su propio afán
PARECERÁ frívolo el título de la columna, y lo es. Y más en estas elecciones, en las que nos jugamos la recuperación económica o no, las respuestas al desafío soberanista o no, la regeneración institucional o no, el futuro del Senado y de las diputaciones o no y no, y el ascenso de Susana Díaz o no; y todas esas dudas con el índice más elevado de indecisos y con más partidos que nunca. Debería ser, por tanto, la jornada de reflexión más reflexiva de la historia.
Pero aprovechemos la ley electoral española que, a diferencia de muchos países de Europa, declara que el día previo es un día dedicado al pensamiento individual, sin campaña ni discursos, para tomar un poco de aire. Tengan ustedes en cuenta que, tras una campaña que ha sido dura y sorprendente, todo parece indicar que las negociaciones a las que nos abocan los posibles resultados de mañana también serán de aúpa. Nadie piensa que a partir del lunes ya podremos descansar de la política nacional. Ni de broma. Entonemos, pues, el Carpe diem, y aprovechemos al máximo este día de reflexión. A fin de cuentas, Jaime Gil de Biedma ya nos hablaba de "los placeres del pensamiento abstracto", que son divertidos, pues nos distraen. Pueden pasar tantas cosas con nuestro voto, según vaya a un partido o a otro y según ese partido o el otro apoyen a otro u a uno o se abstengan o se alíen con un tercero, que nada más que imaginárselo durante la jornada de reflexión es un ejercicio parecido al que idea larguísimas partidas de ajedrez con complejos movimientos y posibilidades infinitas.
Mañana, cuando soltemos nuestro voto en la urna, ya no será nuestro, a no ser que se lo demos a un partido tan minoritario que los cuente uno a uno y no pueda hacer con ellos más que censar al pequeño resto que inmola su voto por unos principios. Ahora bien, si cualquiera apuesta por uno de los cuatro palos de la baraja, ya sabe que harán juego, señores.
Por eso la jornada de reflexión puede entenderse como el último acto soberano, cuando todavía mandamos nosotros, los electores. Se decía mucho antes que el día de las elecciones era la fiesta de la democracia, pero parece mucho más festiva (democráticamente hablando) la víspera, hoy, cuando todavía tenemos entre las manos la posibilidad de elegir. Mañana iremos a las urnas y ya por las noche seremos subsumidos por los grandes números y los cálculos. Hoy estamos solos, pensando, divertidos.
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