La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
Su propio afán
EENTRE tantas cosas buenas de Un año en la otra vida -el último libro del jerezano José Mateos-, la constante presencia luminosa y conversadora (casi charlatana) de los muertos en el discurrir diario -el libro es un dietario- del escritor. En realidad, nos ocurre a todos, aunque no hablamos de ello. Nuestros difuntos se nos vienen a la cabeza, al corazón, al alma y a la memoria cada dos por tres. Con cuánto humor nos lo contó en Un cuento de horror Juan José Arreola: "La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones". En estas fechas, aquellos a los que amamos se nos aparecen más que nunca. El "Vuelve a casa, vuelve, por Navidad" se puede aplicar igual a vivos y a muertos.
Amén de otras consideraciones religiosas, se ve así, humilde y sentimentalmente, que la muerte no es el final, pues aquí siguen, volviendo. Y hay que recibirlos de buen grado, hacerles la visita. Esta vez nos lo expone Mario Quintana: "Sueñas, por ejemplo, que estás charlando con el tío Juca. De repente, recuerdas que ya ha muerto. ¿Y qué? La conversación continúa. Con toda naturalidad. ¿Has pensado qué bien si pudieses mantener esa imperturbable serenidad en la vida propiamente dicha?"
Pues eso hay que hacer: mantenerla. De mi abuelo materno me acuerdo cuando me fijo en la nariz de mi hijo. La genética es tradicionalista, como se ve. Y últimamente también en un gesto mío. A mi abuelo le gustaba resolver el problema de ajedrez del periódico. Sacaba su tablero, ponía las piezas y recreaba las jugadas. No dejaba de ser una paradoja: extraer de la rabiosa actualidad ese ejercicio intelectual puro y lento. Me he reconocido en el hábito de mi abuelo con mis últimos artículos políticos. No trato de adivinar lo que va a pasar, que para eso se basta el pesimismo, sino que coloco sobre el tablero político las piezas y me concentro en imaginar cuál sería la jugada más inteligente y rápida, más limpia. Entonces siento la intensa presencia silenciosa de mi abuelo, enfrascado, de buena mañana, en su tablero como yo en el nuestro.
Me distrae otra paradoja: no hablamos de la muerte porque es oscura, y con eso la hacemos más oscura, y la evitamos más, entrando en un círculo vicioso, y triste. Sin embargo, nuestros muertos nos hacen mucha falta y muchísima compañía, nos sostienen, no nos abandonan. Estos días nos acordamos más de ellos, y no es el menor regalo de la Navidad.
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