El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
Su propio afán
MUCHO protestar de los niños con los charcos, que no valoran tanto ningún otro regalo, pero nosotros somos peores. Los mayores nunca estamos a la altura de la mañana de Reyes. Cuántas cosas nos distraen de nuestros regalos. Más que a ellos.
Para empezar, somos la prueba viva de que la falta de fe empobrece. Hay un tópico antipático que sostiene que toda la ilusión de la noche del cinco de enero se trasforma en un chasco la mañana del seis de enero. No, nuestros sentimientos no son tan simples, qué va. Cierto que un rescoldo penúltimo de fe en la magia de los Reyes de Oriente calienta nuestros sueños y que, a la mañana siguiente, podemos echar de menos el milagro despampanante que aún se colaba la víspera por nuestra fantasía a nuestra edad. Pero eso es lo de menos, porque estamos ante milagros mayores. El amor que nos tienen y que hace que no se hayan olvidado de nosotros, por un lado, y, por encima de todo, la ilusión mayúscula de los menores, inasequible al desencanto, esa maravilla que es una estrella fugaz que vuelve cada año a pararse en lo alto de nuestras casas y ciudades.
Ese raro resquemor de la mañana del seis de enero responde a otras causas. No descartemos la fisiológica: el mal cuerpo del madrugón en una mañana fría y llena de gritos y carreras tras una noche larga y fatigosa. Pero no nos conformemos con la física, y vayamos a la explicación metafísica. Buena parte de la incomodidad estriba en nuestra poca capacidad de corresponder. Nos quedamos siempre por detrás. Ni logramos seguir la exaltación de los niños ni logramos igualar la entrega de los otros mayores. Pero esas impotencias hay que saber saborearlas en lo que valen, que tienen su encanto y qué suerte sentirlas.
La tercera desazón -tras el madrugón intempestivo y el sorpasso sentimental- es la responsabilidad. Quien te regala, te compromete. Nada es gratis. Con los libros se ve muy bien. Ahora hay que leerlos, que es la única forma de quitarles el verdadero envoltorio de regalo que tienen los libros. Voy a proponer en casa que los Reyes reciclen los mismos títulos si para el año que viene no se han leído. Y la misma ropa, si no la vestimos con donosura y buen ánimo. Y el mismo reloj, si no aprovechamos el tiempo durante este año que se nos echa encima. A los regalos hay que corresponderles también, que tienen sus derechos. Son una cosa muy seria. Normal que hoy nos pese la responsabilidad.
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