El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
Su propio afán
CASI lo mejor de escribir todos los días es lo mucho de lo que uno no escribe, a pesar de todo. Ha sido un gran regalo de Reyes estos días en los que he podido estar hablando de magia, de ilusión y de charcos, y no de Mas, Junqueras y Anna Gabriel. Y mucho menos de las cabalgadas de las navidades laicas. Si los Reyes Magos pudieron con Papa Noel, qué no harán con éstos, jo, jo, jo. En fin, que escaquearme de la actualidad catalana ha sido un respiro y, además, me ha permitido coger cierta distancia.
A ver si puedo mantenerla. Es un denominador común de la opinión publicada el diagnóstico de que el procés ha muerto. Y que lo ha hecho de bochorno, de ridículo, de puro alipori… Y realmente sería para morirse de vergüenza…, si no se matan entre ellos antes. Pero yo me pregunto si el nacionalismo no vendrá de fábrica vacunado contra el ridículo. Viendo su trayectoria y, sobre todo, su constructo ideológico, se diría que lo exhala. Lo que le hace inmune.
Inmune, pues, al ridículo y reuniendo una masa de votantes, ¿podemos hablar tan pronto de que el soberanismo ha muerto? ¿Habrá perdido partidarios o éstos apenas fluctuarán de un partido independentista a otro, pero sin salirse de la perra o, mejor dicho, de la burra -que es su animal totémico- yendo otra vez al trigo? Entre ellos no faltará quien diga que este sonoro fracaso es la consecuencia de la torpeza (y la corrupción) de sus líderes. Tanto optimismo entre los constitucionalistas está de más, me temo.
Pero me lo temo para postular un optimismo mayor, no para instalarme en el desánimo. El germen del fracaso no está en las circunstancias. El problema del nacionalismo está en su origen.
Estamos acostumbrados, entre tanto recuento electoral y tanta estadística sesuda, a una concepción puramente numérica de la política, sólo corregida por una fascinación carismática que mira a los líderes con arrobo. Se nos olvida la naturaleza de las cosas, que es el cimiento para que cualquier sistema social pueda sostenerse. Los nacionalismos están abocados cíclicamente al error en sus líderes (la gallina) y/o a la decepción e impotencia de sus masas (el huevo) por la sencilla razón de que no tienen razón. Ni histórica ni lógica ni legal ni pragmática. El ridículo les acechará por los dos cabos de la ecuación democrática, arriba (jefes) y abajo (masa); y sólo alguien que consiguiese explicárselo les sacaría de ese círculo vicioso.
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