Enrique / García-Máiquez

Lloros varios

Su propio afán

08 de enero 2016 - 01:00

NO estoy preparando a mis hijos para triunfar en la vida. Y para colmo, lo sé: no me pilla de sorpresa. Hace muchos años que leí el viejísimo poema chino que advierte a un padre de que si quiere que su hijo llegue lejos en el mundo no tiene más que ver lo que hay, y criarlo, en consecuencia, voluble, consentido, cobarde, poroso a todos los tópicos, ambicioso, pelota y chapucero. Así podrá -concluye el poema- llegar hasta a ministro. Y, dependiendo de los pactos post-electorales, quién sabe si a más.

El colmo ha sido ver a Barack Obama, el hombre más poderoso del mundo, deshecho en lágrimas. Y yo venga a decirle a mis inocentes criaturas que no se llora, ¡que no se llora! Y todavía más: que no se piden las cosas con hipidos ni dando lástima, sino "por favor" y con una voz sosegada, fuerte, como si fuesen John Wayne; y razonando, no apelando al sentimentalismo más pringoso.

No voy con el signo de los tiempos, que vienen lacrimógenos. En su próximo libro de glosas, el poeta Miguel d'Ors dedicará una a este asunto donde compara los futbolistas de antaño con los galácticos de ahora, tan blanditos. Hace un repaso de lo que se llora hoy en todas las ocasiones: duelos, sí, pero también homenajes; y ante las decepciones, y en las victorias, además de, por supuesto, en las derrotas… Dan ganas de echarse a llorar, precisamente.

Los Reyes Católicos no están a la última, como se ha visto en la polémica por la celebración de la Toma de Granada. Entre otros méritos de los que prefiero no acordarme por los que el personal se decanta por Boabdil, está, sin duda, su propensión al llanto. Su misma madre se lo afeó con aquella frase que marcó nuestra infancia: "Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre". Eran otros tiempos. Hoy sus pucheros no merecerían más que aplausos y portadas en los periódicos. Boabdil además era el Chico, con lo bien que vende la pequeñez ahora que toda grandeza es sospechosa de no sé..

Lo malo de las lágrimas de Obama, por tanto, es que están de moda; y lo odioso son las comparaciones. Esto es, esta pregunta: ¿por qué llora el hombre por una cosa -en este caso, el control de las armas- y no por tantas otras igual de graves o de dramáticas? Nos entra la duda de cierta intencionalidad política: ¿serán lágrimas fotogénicas contra los rivales? Vamos a tener que reciclar los viejos refranes: "Cojera de perro y lágrimas de premier, no has de creer".

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