El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
Su propio afán
NO creo que Pedro Sánchez comparta el plan soberanista de los dos grupos catalanistas a los que acaba de prestar cuatro senadores para que se lo monten por su cuenta, y tengan más voz y más pasta. Más voz contra los españoles, más pasta de los españoles. Y aunque estas primeras frases le hayan parecido a algún lector demasiado optimistas, no crea. Lo de Sánchez es peor.
Él, sencillamente, no da importancia. Hace cábalas de conveniencia política y personal, y tira para adelante. No le importa en absoluto el dinero del presupuesto que ese gesto suyo va a malgastar ni el oxígeno que le da a unos partidos en abierta rebeldía contra la ley y el orden constitucional. Y cuanto más lo conoce uno, más cosas descubre que le importan menos a Pedro Sánchez.
"Al fin y al cabo, ¿quién le echa cuenta al Senado?", se habrá dicho el fino estratega. "No lo querían quitar, pues mientras tanto ya me aprovecho yo, que voy a necesitar el voto o, al menos, la abstención de éstos a los que ahora hago la pelota". Hay un desprecio de fondo a la Cámara Alta (con lo que nos cuesta, de nuevo).
Suma otro desprecio a las siglas del PSOE, que aún se llama "español", aunque por él mejor si le ponen "Póker Sanchista Obsesionado y Ecléctico". Ni siquiera "Partido" parece que se va a terminar llamando porque el líder se chuflea de las líneas rojas que marca el Comité Federal y nadie se menea demasiado, no vaya a caerse de su silla. Con las honrosas excepciones de Guillermo Fernández Vara y Javier Lambán, todo hay que decirlo.
Pero hay, sobre todo, un pasotismo total hacia sus votantes, con cuyos votos regala cuatro senadores a los que van a sostener diametralmente lo contrario que creían defender sus votantes votándole a él. Demuestra el máximo desdén por la opinión pública y por el pueblo soberano, porque calcula Sánchez que esto enseguida lo olvida la gente, entretenida con el fútbol y la televisión, y que para él, sin embargo, se queda entreabierta para siempre la puerta del voto de los nacionalistas.
Tanta falta de responsabilidad y de consistencia ideológica me parece más peligrosa que alguna idea política equivocada. Porque a quien está equivocado siempre le pueden corregir o su reflexión o un argumento de otro o la realidad de los votos en contra; pero con quien no piensa más que en sí mismo y en todo lo demás actúa como si nada y a la buena de su conveniencia hay que perder toda esperanza.
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