Enrique / García / Máiquez /

Elogio del emoticono

Su propio afán

21 de enero 2016 - 01:00

SOLAMENTE he bloqueado en las redes sociales a una persona, y con gran sentimiento de culpa, porque era un lector del Diario, y con ustedes tengo aún más consideración. Pero dio por reñirme sin mesura y echándolo todo a cuenta de mi cosmovisión. Esto es, me escribía y, si yo tardaba en contestarle un poco, clamaba: "Típico de las derechas, desdeñar con su silencio, despreciar al humilde…" Y yo estaba dando de cenar a mis niños, más o menos como Carolina Bescansa.

Tampoco podía contestar brevemente porque en una urgencia le puse un emoticono y replicó que qué decepción más grande que un escritor, aunque fuese de derechas, recurriese a tamaña simpleza. Contesté: "Ups". Porque yo soy muy de emoticonos.

Un escritor es alguien a quien escribir le cuesta siempre más, a pesar del tópico. No tiene facilidad para ponerse a escribir, sino necesidad, que es literalmente lo contrario. Que le cueste más es lógico: no puede escribir con frases hechas, como el que monta un lego, sino que tiene que pesar cada palabra, cada expresión, cada sílaba, como quien hace la fórmula de un medicamento.

Yo tengo un truco para reconocer en una tertulia o en una conferencia al escritor de verdad. El que tartamudea. "¿Por qué, por qué?", me exigiría aquel momentáneo amigo de Facebook, sospechando alguna confabulación reaccionaria. Pues porque el escritor está acostumbrado a pensar cada letra y el lenguaje oral le resulta endiabladamente rápido, sin poderse parar a reflexionar si usa una palabra u otra, o tal vez todavía otra… Por eso, recae o recurre al tartamudeo, a la gesticulación desesperada y a las coletillas continuas. Los emoticonos son el lenguaje no verbal de la comunicación electrónica.

En un escrito literario están de más los emoticonos porque están de menos. El estado de ánimo, la sonrisa, la ironía o una lágrima tienen que leerse nítidamente entre líneas, pero eso exige mucho del escritor y también, ojo, del lector. En la comunicación diaria en las redes sociales los emoticonos hacen el papel estupendamente. Y qué bien acaban las conversaciones, como un punto final más gordito, simpático y feliz. Si no fuera por ellos, ¿cómo zanjaríamos algunos chats sin resultar impertinentes?

Lástima que el libro de estilo del Grupo Joly no me permita poner un emoticono sonriente, guiñando, redondo, en vez del punto final. Pero, si ustedes se fijan, ya verán que mi puntito un poco sí que guiña.

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