El mundo de ayer
Rafael Castaño
Power Ranger
Envío
PUES sí, esta semana me propongo, como otrora el inolvidable Umbral y hasta ahí la comparación, hablarles de mi libro. Mi libro, mi último libro, se llama como el título de este Envío, y trata de las condiciones bajo las que se desenvolvió la vida de la población cristiana bajo dominio islámico en el viejo Al Ándalus. Cristianos que, no lo olvidemos, fueron ampliamente mayoritarios en el país, aunque este fuera férreamente musulmán en su configuración política y cultural, hasta bien entrado el siglo X, trescientos años después de la conquista árabe. Y que tuvo importantes minorías católicas todavía hasta mediados del siglo XII, cuando las últimas comunidades fueron erradicadas por la violenta persecución de los almohades.
En contra de lo que suele creerse y de lo que continuamente se predica desde los púlpitos de la cultura dominante, la existencia de aquellas comunidades no fue nada fácil desde el principio y se fue haciendo más y más insoportable a medida que fueron perdiendo relevancia y, por tanto, dejaron de ser un peligro potencial para los emires y califas cordobeses. La supuesta tolerancia para las "gentes del Libro" -que en realidad nunca fueron llamadas así en la época- era más bien un sistema de exclusión y sometimiento, cuando no de simple humillación, llamado dimma, que el arabista Serafín Fanjul ha llegado a comparar con el apartheid sudafricano. El régimen así establecido tuvo dos consecuencias claras: la emigración de una parte de los cristianos hacia los reinos del norte peninsular y la progresiva islamización de otros, incapaces de resistir la presión mantenida sobre ellos a lo largo de generaciones. Los últimos fueron simplemente eliminados.
Muchas veces, al juzgar estos hechos, no se tiene en cuenta un dato esencial: no hubo musulmanes sometidos a poderes cristianos en parte alguna desde el siglo VII a fines del XI. Tampoco en España. Las normas y costumbres intolerantes fueron implantadas durante más de trescientos años en exclusiva por las sociedades islámicas. Luego, cuando las tornas cambiaron, se les aplicaron a ellas, aunque nunca con el mismo rigor que en sentido contrario. Nunca hubo, pues, en Al Ándalus omeya una voluntad integradora ni nada parecido a una sociedad multicultural, y todo intento de sustraerse al dominio de la minoría árabe fue ahogado en sangre. No sé si merece la pena recordarlo.
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