Enrique / García / Máiquez /

Con la niña en brazos

Su propio afán

28 de enero 2016 - 01:00

LA ha liado gorda Francisco Rivera Ordóñez al torear una becerra con su hija en brazos, y para cumplir, ¡encima!, con una tradición familiar. Claman todos por la seguridad de la niña, y hasta el defensor del pueblo andaluz y la Fiscalía General del Estado están por echarse al ruedo. A embestir. Me temo que hay muchísimo más de taurofobia que de preocupación por la seguridad de la pequeña. ¿Quién se preocupa de los niños que se encaraman a los castels -­que hemos visto fotos de vértigo- o quién de los fetos abortados, que eso ya no es riesgo, sino una muerte segura y subvencionada?

Por supuesto, si yo me echase a torear siquiera un gato con una hija en los brazos (y hasta solo) sería un loco de tomo y lomo. Pero a Rivera Ordóñez le sobra oficio. También hay montañeros que llevan a sus niños a esas cumbres, y navegantes que dan la vuelta al mundo con sus hijos pequeños, como Myriam Soto y Antonio Díez, que lo contaron en un libro apasionante, y ciclistas que atraviesan la ciudad frenética con el bebé de paquete, etc. Todo depende del dominio que los padres tengan de la actividad. La máxima protección, por regla general, es el amor de los padres; y entrometerse ahí, fuera de casos patológicos, termina siendo más peligroso que lo que se quiere evitar.

Aunque yo no soy neutral. También toreo con mi niña en los brazos, y con mi niño. "¿Pero no ha dicho usted que no torearía ni a un gato?" Sí, pero toreo metafóricamente, como corresponde a un letraherido.

Leo, hablo y escribo con mis hijos encima, a veces literalmente, y ahí me las veo con los tópicos más bravos, burriciegos casi siempre. Y digo (y les digo a mis hijos) cosas muy peligrosas. Que no importa cuántos sostengan una mentira, que no dejará de serlo. Que a la demagogia hay que recibirla a puerta gayola. Que viene bien ponerle tres pares de banderillas a la prepotencia. Que para el poder, nada como la suerte de varas. Que al sentimentalismo, pararlo, templarlo y mandarlo, con un pase de pecho muy hondo y muy lento, hasta la emoción auténtica. Y que a la hora de la verdad, hay entrar a matar por derecho. No creo que nada de esto les prepare para triunfar en los tentaderos del mundo y, mucho menos, en las plazas de categoría y seguro que se llevan más de un revolcón y hasta alguna cornada. Bastantes pensarán que soy un padre temerario. Y tendrán razón. Pero es, igual que lo de los Rivera, una tradición familiar.

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