El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
Su propio afán
CUANDO oigo "libertad de expresión", me tiento las carnes, buscándome el porrazo. O me lo han dado o está al caer. No estoy en contra de esa libertad, ni de ninguna, pero la de expresión se usa con impactante frecuencia para amparar ofensas gratuitas, que producen los pingües beneficios que reporta el escándalo.
En principio, estoy con el dictum de Gómez Dávila: "No le demos a las opiniones estúpidas el placer de escandalizarnos". Así que no voy a dedicar el artículo a dar vidilla a esa viejísima cosa de ofender a los católicos para montar un follón promocional. Voy simplemente a aprovechar tanto ruido de fondo para pensar en voz alta sobre la libertad de expresión, porque me temo que los de siempre vamos a tener que aguantar bastante "libertad de expresión" de los de siempre. Aquí tampoco hay reciprocidad que valga. Lo ha expuesto Fernando Savater: los mismos que invocan tanto su libertad de expresión quitan las calles a escritores de derechas porque ejercieron su libertad de expresión, que no cuenta.
Debemos distinguir dos aspectos. El formal es la necesidad política de la libertad de expresión. Si no existiese, la mayoría podría imponer su discurso y acallar a las minorías, especialmente a la minoría absoluta, que es cualquiera. La defiendo, pues, por convencimiento y por la muchísima cuenta que me trae. Pero, como todo derecho, tiene sus límites: los marca la ley y los determinan los tribunales. Cuando se denuncia a alguien por escarnio o calumnias no se ataca la libertad de expresión, se la defiende. Sólo con sus límites puede ser el derecho que necesitamos. Si no, nos abocamos, antes o después, a una reciprocidad reactiva en espiral, cada vez más violenta.
Luego está el fondo. Un creador auténtico deja lo de su libertad de expresión a legisladores y jueces. No se la pone como una venda en la herida… de los que ofende. Se repite, más bien, con S. J. Lec: "No os dejéis imponer la libertad de expresión antes que la libertad de pensamiento" y se preocupa por la verdad y la belleza de cuanto sueña y expresa, y no por explorar los límites de lo que cabe decirse ni, mucho menos, por montar un escándalo que le aúpe. La libertad de expresión es una cáscara jurídica que protege por fuera, y ya está. Lo que al creador compete y compele es su deber de expresión. Desconfiad de quien habla sin parar de libertad de expresión: suele estar haciendo o demagogia o negocio.
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