Enrique / García-Máiquez

Otro palito

Su propio afán

06 de marzo 2016 - 01:00

TRAS la investidura fallida, uno de los pocos caminos que queda abierto es la Alternativa de Progreso (PSOE-Podemos). Teóricamente, al menos. A sus dificultades estratégicas y programáticas, se añade un nuevo obstáculo, que no es la cal viva. Aunque la cal viva está vivita y caleando; y tanto que, de progresar esa alternativa, no la llamaremos ni de broma el Pacto del Beso: será el Pacto de la Cal. El nuevo obstáculo es menos evidente, apenas un palito en la rueda, pero resta. Me refiero al índice de aceptación de Pablo Iglesias. Ha caído hasta el extremo de superar en rechazo al mismísimo campeón, que era Rajoy.

Muchos de ustedes estarán saltando en sus asientos para avisarme, cariñosamente, de que esos índices no tienen trascendencia. Ahí está, me señalarán, Alberto Garzón, votado inversamente a su inmensa aceptación demoscópica. En efecto: ni la popularidad propicia el voto ni el rechazo se traduce en una pérdida significativa de apoyos. Sin ir más lejos, Rajoy fue el ganador de las elecciones y era -antes del sorpasso de Iglesias- el menos valorado.

Es lógico, porque la popularidad es una media aritmética, mientras que el voto es individual e intransferible, de modo que si los que no son tus votantes te ponen ceros, la media cae a plomo, aunque los tuyos te lleven en hombros o, al menos, te sobrelleven. De una manera aproximativa puede concluirse que esos índices sólo sirven para indicarnos la tolerancia a un líder entre los que no le votan.

Y aquí aparece la nueva dificultad para el Pacto de la Cal Viva. La caída de popularidad de Pablo Iglesias no significará menos apoyos entre su público entregado, pero sí que quien pacte con él se encontrará con un creciente malestar entre sus votantes y en la sociedad. Sería mucho más fácil dar una cartera ministerial a Garzón, a pesar de su escasísima representación parlamentaria, que a Iglesias la vicepresidencia que exige. Se produciría un desplazamiento automático del rechazo popular de Iglesias hacia el que le abra la puerta.

Ese rechazo, más allá de los fríos datos estadísticos, puede observarse ya en la calle. Ha saltado del clásico miedo cerval del votante conservador a una desconfianza muy transversal. El ataque personalizado a Felipe González ha roto, en este sentido, una penúltima barrera, siendo la última, también rota, su amistad con Otegui. Hay obstáculos al pacto más sustantivos, claro. Éste es uno nuevo.

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