El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
Su propio afán
COMO se acabó la Semana Santa, vuelve la política a hacernos la pascua. Las posibles salidas a una nueva convocatoria electoral siguen siendo las mismas que antes, pero la contrarreloj las va apretando. El PP no hará ningún movimiento si no se cuenta con Rajoy como presidente, que es algo a lo que se cierra en banda el PSOE y, en menor medida, Rivera. Ha sido una pena que no se hayan explorado salidas para esa coalición, con otro presidente popular por consenso, ya fuese porque Rajoy diera un paso al lado o porque Sánchez se lo pidiese al PP desde el principio. Pero ninguno de los dos quiso ni quiere.
La posición de Pedro Sánchez ya la hemos analizado. Puede que su pacto con Ciudadanos fuese una manera de ganar tiempo y de calmar la resistencia interna, pero ha tenido tanto éxito que le va a costar salirse de ahí. El peso de una traición a la buena fe de Rivera sería mal visto por todos los que lo han aplaudido (que han sido muchos). Y también por el agazapado sector crítico dentro del PSOE. A pesar de todo, es posible que Sánchez intente la combinación con Podemos, porque 1) es la que le lleva pidiendo el cuerpo desde el principio; 2) es lo que más fastidiaría a Susana y 3) es la única que suma, si se resta al PP.
Las circunstancias de Iglesias también han cambiado bastante con el tiempo. De la cal viva y la vicepresidencia para él, qué tiempos aquellos, ha pasado a una situación menos apabullante. Tiene conflictos con sus bases y tiranteces con sus socios, las encuestas están en cuesta abajo y sus ambigüedades con el pacto antiyihadista, los vínculos venezolanos y la financiación iraní pasan factura. Ahora le convendría casi cualquier pacto de gobierno que le diese tiempo para rehacerse.
Tanto a Sánchez como Iglesias les vendría de perlas evitar las elecciones. Esa conveniencia se sopesa como un argumento a favor del pacto; pero, paradójicamente, es su principal escollo. Estando tan clara la necesidad personal de ambos, no podrán hacerla virtud, como se suele y se necesita. Es un vicio porque, a estas alturas, es casi imposible vender su entendimiento como un acuerdo por el bien de la sociedad y por la gobernabilidad de España. Tras todo lo que se han dicho y ha pasado y no ha pasado, sería una muy palpable maniobra partidista desesperada. Demasiado desnuda para vestirla de virtud ante la opinión pública e, incluso, ante sus propios y desconcertados votantes.
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