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EN Richmond, California, han tenido la ocurrencia de pagar a los delincuentes para que no maten ni roben, y otras ciudades de USA, como Toledo o Baltimore, están sopesando extender el mecanismo, por si funciona. Se creerán muy originales, pero se ha hecho toda la historia y se llama extorsión o mafia. La cuestión plantea problemas técnicos, otros prácticos y algunos, finalmente, teóricos.
No sé qué criterios se fijarán para acceder a la renta, si vale con un asesinato o hace falta una serie, ni si habrá que hacer alguna contribución social a cambio, como ir a los institutos a explicar lo mala que es la droga. Ignoro si los crímenes hay que haberlos cometido en esa ciudad o también se admiten criminales de importación.
En la práctica, preveo graves distorsiones. Siendo una renta nada despreciable, hasta mil euros al mes, cabe la posibilidad de que la gente oposite. Pongamos que el sistema consigue que los criminales en activo se prejubilen, ¿quién nos asegura que las nuevas generaciones no aspiraren también a su paguita y vayan acumulando méritos para el concurso-oposición? Sin contar con que, siendo el crimen por naturaleza escurridizo, habrá quien cobre y siga a lo suyo, con la esperanza de que no le trinquen, como antes, pero subvencionado. Incluso aunque se prometa que no se admitirán en el futuro más rentistas que los necesarios para cumplir con la tasa de reposición, ¿no ve nadie que de esta forma se transmite una valoración positiva de la carrera criminal? No en vano dará lugar a un reconocimiento público y envidiable. Además, los poderes públicos confiesan (pasando por caja, que es como las confesiones ganan peso) la impotencia de la ley y el orden.
Lo que nos conduce directamente al planteamiento teórico de fondo. Una sociedad que sólo valora el dinero ("la economía es lo importante", ya saben) acaba pensando que si el dinero es el único problema ha de ser también la única solución y pretende arreglarlo todo pagando, ya sea la delincuencia o la inmigración. Cualquier cosa con tal de maquillar las estadísticas, que es lo que da votos. Hay una pérdida completa del sentido del Derecho, de la función pública y de los fines a los que se tiene que orientar el dinero de los impuestos. Se hace a los contribuyentes mecenas a la fuerza de un sistema ridículo e inmoral. Contribuyente lleva tiempo siendo sinónimo de pobre hombre; puede acabar siéndolo de cómplice.
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