Editorial
Rey, hombre de Estado y sentido común
La tribuna
EL debate de los tres últimos años debía haber concluido con la Exhortación Apostólica del Papa, presentada hace unas semanas. Diferentes declaraciones previas y, sobre todo, la controversia en el último Sínodo de los obispos venían preparando a la opinión pública y a los católicos para una recepción expectante. El debate, sin embargo, no ha quedado cerrado; de hecho, se invita en la misma al diálogo y la reflexión.
Es evidente que en el texto no hay declaraciones contundentes sobre los asuntos delicados (comunión de los divorciados y vueltos a casar, posición hacia las nuevas formas de unión, homosexualidad, etcétera), que, desde el inicio del Sínodo, venían acaparando el grueso de la atención.
La mayoría de titulares en días posteriores a la difusión del texto no han sido cautelosos, aunque su larga extensión invitase a ello. Como ya es habitual, se optó por lo que pudiera recabar la atención de los lectores, y no por una lectura y un análisis sereno antes de sacar conclusiones.
Una de las virtualidades mayores de la Exhortación es lo que deja entrever. Insisto, no hay en ella afirmaciones llamativas, pero deja abiertos a la interpretación de cada pastor, de cada comunidad e incluso de cada lector asuntos que afectan a lo mollar de la tradición católica relativa al matrimonio como sacramento, a su indisolubilidad y a la necesaria unidad de criterio acerca de este y otros asuntos, que corresponde al Magisterio de la Iglesia.
El texto consagra dos actitudes fundamentales: la necesidad ineludible de partir de la dura realidad sobre el matrimonio y la familia en la sociedad actual, cada vez más ajena al planteamiento cristiano. De otro lado, la aceptación de la variedad de circunstancias condicionantes, reconociendo al final la incapacidad para emitir un juicio definitivo sobre una conducta ("¿Quién soy yo para juzgar?").
La primera es analizada ampliamente en la Exhortación, y constituye, junto a los comentarios sobre el matrimonio cristiano y el amor, una de las partes más logradas del texto.
En la segunda se acepta la dicotomía existente entre el ideal y su aplicación a la vida personal, justificando así a quienes criticaban abiertamente la norma por su rigidez o la vadeaban secretamente para aceptar como tolerables conductas reprobadas por la autoridad eclesial. Los que se venían esforzando con sacrificios y renuncias, a veces heroicas, por cumplir dicho ideal en sus vidas podrán con razón sentirse maltratados.
No cabe duda de que las situaciones "llamadas irregulares" según el texto, por afectar con frecuencia a las propias familias de los creyentes, facilitan una aceptación relajada de la norma, y no sólo por aquellos que dieron su espalda a la Iglesia y desean que ésta se acerque a sus posiciones.
El lenguaje que utiliza el Papa para la comprensión benévola de las "irregularidades" matrimoniales, como no podía ser menos, es propio del ámbito eclesial, pero puede ser entendido también fuera de él. Se trata de aplicar el bálsamo de la misericordia (reiterado por el Papa con motivo del año a ella consagrado), de acompañar, acoger, integrar, curar, etcétera, expresiones de fuerte contenido cristiano, con que se apela a la flexibilización del ideal. Se trata, en definitiva, de aplicar una gradualidad, de ir integrando en la Iglesia a quien se halla en situación "irregular", sin que tenga necesariamente de cambiar a fondo de vida.
El documento deja entrever que esta gradualidad ha de ir acompañada por la compresión hacia la persona afectada, para llegar a la postre a su incorporación plena al sacramento de la comunión, aunque, en última instancia, ésta dependa del criterio del propio pastor.
Podría darse por tanto que la decisión final pendiera de quien se elija o toque para el acompañamiento, de sus dosis de benevolencia o exigencia. Mientras, el primado papal queda en un segundo plano, y no parece que sea este el único asunto en el que Francisco pretende ser un "primero entre iguales".
En resumidas cuentas, si bien nos centramos prioritariamente en el tema de los divorciados y vueltos a casar, la metodología de la Exhortación puede ser aplicada también a otras "irregularidades", optando también por una actitud benévola en la aplicación de la norma. De hecho, ya se han flexibilizado las posiciones en asuntos como la consideración de las demás confesiones religiosas o la visión de la homosexualidad, temas de larga tradición magisterial o de fuerte contenido antropológico.
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