Enrique / García / Máiquez /

Se acabaron los juegos

Su propio afán

04 de mayo 2016 - 01:00

EN un lugar de la red de cuyo nombre, etc., leí que, tras el centenario del 23 de abril, ya podíamos volver a olvidarnos de Cervantes. Eso será los que no lo han leído, porque leerle te transforma. Yo, como saben, he visto, temporada tras temporada, Juego de tronos. Entonces (trasnochando, a un tris de perder el seso) me di cuenta de que la experiencia era lo más similar que podía vivirse en el siglo XXI a la del pobre Alonso Quijano leyendo de claro en claro sus novelas de caballerías; pero hacía tiempo que no había releído a Cervantes y los efectos de éste, como la poción mágica de Asterix, se debilitan. Así que seguí enganchado a la serie. Si uno no es Obelix, tiene que volver al Quijote cada cierto tiempo.

Recuerden esta descripción cervantina de los libros malhadados: "Son en el estilo duros; en las hazañas, increíbles; en los amores, lascivos; en las cortesías, malmirados; largos en las batallas, necios en las razones, disparatados en los viajes, y, finalmente, ajenos de todo discreto artificio". Parece una reseña de Juego de tronos. Ahora, recién vacunado por una nueva lectura del Quijote, resisto la tentación de meterme la nueva temporada entre pecho y espalda. Si la preventiva fue la intención principal de Cervantes, cuatrocientos años después, conmigo, ha triunfado.

Me ayudan los spoilers y las crónicas como una metadona. Sigo las vicisitudes de los Stark, que aún me intrigan, por escrito y en diferido, y me evito (una imagen duele más que mil palabras) el regodeo en la violencia y el sexo gratuito. Como es como un cuento, mejor contado.

Pero quizá el mérito no sólo sea de Cervantes y de los oportunos spoilers. Empecé a ver Juego de tronos como una manera de entender el pensamiento de Podemos, que desembarcaba entonces en la política a por el trono de hierro. La serie hizo muy bien su papel. Me sirvió de metáfora en varios análisis y comprendí mejor las ideas de Pablo Iglesias. La serie, en el fondo, era tonta y, por tanto, translúcida.

Si he podido dejarla, a pesar de ser igual de adictiva que aquellos libros de caballerías del XVI, ha sido también porque su peso en el discurso de Podemos se ha ido diluyendo, fíjense. Y eso tiene bastante interés como análisis de la actualidad. Han comprobado que la realidad política es otra cosa. Se están dejando de juegos. Aunque no sé si es una buena noticia, porque siguen ansiando el poder. Se acerca el invierno.

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