Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
Editorial
EN Andalucía estamos acostumbrados a que sea el sector público el que subvencione al privado, pero no al revés. Sin embargo, una noticia que saltó el jueves sorprendió a todos e indicó hasta qué punto se pueden variar los caminos para la mejora la financiación de servicios básicos para los ciudadanos como la sanidad. La Fundación Amancio Ortega donará en los próximos años 40 millones de euros para adquirir 25 equipos de radioterapia en Andalucía. Esta inversión, completamente desinteresada, permitirá mejorar considerablemente la capacidad y la calidad de los departamentos oncológicos de los hospitales de las ocho provincias andaluzas, algo nada desdeñable si se tiene en cuenta que las previsiones son que, en los próximos lustros, se detecten más de 32.000 casos de cáncer por año, de los cuales un 60% serán candidatos a recibir radioterapia. Desde hace ya tiempo, el cáncer -término con el que se agrupa a una galaxia de enfermedades tumorales- se ha convertido en una de las principales causas de mortalidad en los países occidentales, por lo que todo lo que sea mejorar el equipamiento para hacerle frente redundará de manera automática en el bienestar y la salud de los andaluces
Al contrario de lo que pasa en países como los anglosajones, la filantropía está todavía muy poco desarrollada en España, donde aún se suele mirar con recelo la figura del empresario y a la iniciativa privada. Incluso después de la donación de la Fundación Amancio Ortega -un español que encabeza los rankings de los hombres más ricos del mundo-, algunos dudan de los beneficios de la misma y temen que sea una punta de lanza de la privatización de la sanidad pública. Nadie duda de la calidad de nuestro sistema sanitario, pero es notorio que tiene un alto coste y que, para mantenerlo, no estaría de más buscar fórmulas que permitiesen la mayor entrada de dinero privado sin que esto suponga la merma en los derechos de los ciudadanos. Se trata, sencillamente, de quedarse con lo mejor de lo público y de lo privado.
Amancio Ortega nos demuestra hasta qué punto es posible un capitalismo social, muy lejos de los clichés que, por desgracia, otros se empeñan en cultivar. Es un hombre hecho a sí mismo gracias a su esfuerzo e inteligencia que, además, no se ha olvidado de su país ni de su sociedad cuando las cosas han venido mal dadas. Lo ha demostrado con millonarias donaciones a Cáritas y otras organizaciones y administraciones públicas. No ver en estas acciones una prueba de absoluta generosidad y solidaridad es, sencillamente, rozar la mezquindad.
También te puede interesar
Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
El catalejo
Tensión en los astilleros
El microscopio
La prioridad de la vivienda
Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Guante blanco
Lo último