La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
La tribuna
¿Por qué hay tanta hambre en el mundo? Podríamos preguntarnos ¿por qué tantos niños mueren sin el menor alimento para subsistir, cuando otros viven en la abundancia y el derroche? Junto a la tasa de exclusión social, alarmante en nuestra sociedad, la prensa constataba hace pocos días las toneladas de alimentos que iban a la basura a muy poca distancia de los hambrientos.
¿Por qué tan mal reparto de los bienes y las desigualdades? ¿Tan difícil sería ponerse de acuerdo tan sólo para aprovechar lo que se tiene? Sin embargo, hay que reconocer que somos más listos para lucrarnos egoístamente que para compartir y que se nos da mejor la guerra y la confrontación que ofrecer pan.
¿No será que nuestro corazón endurecido impone el desorden que acusa el mundo? Y el alma ¿no necesita alimento? ¿No hay una relación directa entre el hambre material y la del alma, su ansia de alimento, de justicia, paz, equidad o amor consecuente?
La respuesta de Jesús, tentado por el diablo para que convirtiese las piedras en pan, nos dan la clave: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4). Hace falta alimentar primero el corazón del hombre si queremos que a todos llegue el pan material y los demás bienes. Pero la justicia no crece sin Dios en los corazones y sin su alimento principal, esto es, su Palabra. Ahora bien, la Palabra de Dios se ha hecho hombre, carne, para que nos pueda servir de alimento y así como Dios se ha hecho pequeño para llegar a nosotros, también nosotros debemos aceptar su pequeñez para recibirle, y con él, su amor, y que así el mundo se convierta en su Reino.
En la celebración de la fiesta de Corpus Christi llevamos por las calles de nuestras ciudades y pueblos al Señor; al Señor hecho carne, al Señor convertido en pan. Viene a nuestra vida cotidiana con sus afanes y problemas. En nuestros caminos diarios quiere entrar Dios y llegar hasta donde vivimos, precisamente hasta donde se encuentra el hambre, y el hombre insaciable. Recibirle junto a nosotros nos indica el camino que él mismo abre al comulgar, que es abrirle nuestro corazón y nuestra vida para que llegue a saciarnos. "Quien coma de este pan vivirá eternamente", dice Jesús. Pero abrirle nuestra puerta es dejarle entrar en el mundo y, si supera la dureza de este corazón, puede llegar a la sociedad.
Cada Corpus Christi nos hace escuchar la llamada del Señor también para nuestra sordera. A lo largo de la procesión golpea sonoramente en nuestra vida cotidiana y parece que nos ruega: ¡Ábreme, déjame entrar! ¡Comienza a vivir por mí! ¡Abre el mundo para mí, para que yo pueda entrar, para que yo pueda hacer radiante tu razón oculta, para que pueda superar la dureza de tu corazón!. Ábreme, déjame entrar. Vive por mí, sabiendo que vivir significa para Jesús entregarse siempre, una y otra vez.
El Corpus Christi es una fiesta de oración, donde le escuchamos a él, pero donde también nosotros le pedimos, como en el Padre Nuestro, que nos dé "el pan de cada día". Es una oración humilde, que pide lo necesario para saciar el cuerpo y el alma, abandonando en sus manos la propia vida. Porque este pan "cotidiano" (en griego epiousios) también tiene el sentido de "el pan de mañana", el alimento del mundo que vendrá. Y es que en la Eucaristía también nos entrega Jesús el otro mundo, el cielo de Dios, la Vida Eterna. Con el alimento de este Pan Divino comienza hoy a hacerse divino este mundo, y así, verdaderamente humano.
Cuando Jesús terminó su discurso sobre la Eucaristía muchos se alejaron de él, porque les pareció muy duro de comprender, y quizás, poco práctico. Muchos contemporáneos nuestros han abandonado la fe por parecerles muy espiritual y poco práctica, prefiriendo solamente soluciones políticas a la marcha del mundo. Pero Jesús preguntó a Pedro si querían marcharse y el apóstol respondió: «Señor, ¿a quién vamos a ir?, en tus palabras hay vida eterna, y nosotros ya creemos y sabemos que tú eres el Consagrado por Dios» (Jn 6,67 y ss.). ¿No lo responderíamos nosotros también? ¿Quién querría alejarse de Cristo el día de Corpus Cristi?
Quien conoce a Cristo sabe que la Eucaristía es escuela de paz y de caridad, es camino de solidaridad, compromiso de fraternidad y servicio incondicional a los pobres y necesitados. La Eucaristía es Jesucristo, el siempre solidario, el príncipe de la paz, el hermano de los últimos y preteridos de nuestra sociedad. La Eucaristía es amor, es caridad y nos impulsa a un compromiso activo por la edificación de una sociedad más justa y más fraterna. La Eucaristía es pan partido, repartido y compartido. La Eucaristía es amor que lleva a amar.
Mirando en adoración la Hostia consagrada encontramos el don del amor de Dios, descubrimos la pasión y la cruz de Jesús, al igual que su resurrección. Precisamente a través de nuestro mirar en adoración, el Señor nos atrae hacia sí, dentro de su misterio, para transformarnos como transforma el pan y el vino. Los santos siempre han encontrado fuerza, consolación y alegría en el encuentro eucarístico.
San Juan Pablo II, en la encíclica Ecclesia de Eucharistia, constataba que "en muchos lugares la adoración del Santísimo Sacramento tiene diariamente una importancia destacada y se convierte en fuente inagotable de santidad. La participación fervorosa de los fieles en la procesión eucarística en la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo es una gracia del Señor, que cada año llena de gozo a quienes participan en ella. Y se podrían mencionar otros signos positivos de fe y amor eucarístico" (n. 10). Con las palabras del himno eucarístico Adoro te devote repetiremos delante del Señor, presente en el Santísimo Sacramento: "Haz que crea cada vez más en ti, que en ti espere, que te ame". Al cruzarse nuestra mirada con la custodia nuestro corazón arderá al descubrir al Señor y resonará en nuestro interior las palabras: "Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto; escuchadle" (Mt 17, 9). Y al recibirlo, nos transformaremos nosotros mismos en custodias que hagan presente su caridad en cada rincón del mundo.
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