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ES sólo un pequeño espectáculo, pero en el panorama repetitivo de la política española actual no queda más remedio que saborear estas cositas. Fijarse en las curiosas contorsiones que realizan los nuevos fichajes de los partidos para acomodar su mensaje al de la orquesta que les ha incluido. Pienso en Josep Borrell o en Margarita Robles o en Felisuco o en Alberto Garzón o en el general Julio Rodríguez. Todos ellos hacen equilibrismos en el alambre para compensar sus trayectorias anteriores y sus opiniones antiguas con sus nuevas circunstancias sobrevenidas.
Aunque es lógico. En un proyecto político tienen que ir todos a una y guardarse las espaldas, especialmente las del líder, no desentonar con el programa y, sobre todo, sostener esa amplia zona de ambigüedad que permitirá futuros pactos y que no espantará votantes. En el caso de personas carismáticas, con opiniones firmes y trayectorias reconocibles, los cambios son especialmente llamativos y añaden, como digo, cierto interés morboso a una campaña que nos pilla aburridos.
Pueden producirnos una sonrisa, pero tampoco una carcajada desdeñosa, porque se les comprende. Están en la situación del abogado al que contrata una parte y que, desde ese momento, tendrá que defender unos intereses particulares y adoptar un sesgo argumental. Un buen abogado no tiene que preocuparse de restaurar él solo la justicia, porque ése es el trabajo del juez. Cumple en el mecanismo judicial tirando para su lado. Los políticos pueden sentirse justificados con este ejemplo, sabiendo que el juez último es el pueblo (un jurado popular, precisamente) y que la responsabilidad será de los electores. Así funcionan ambos sistemas: el forense y el democrático.
Lo que no quita para que las argumentaciones del abogado tengan, por parciales, su punto ridículo, como desde la Grecia clásica se señaló con sorna; y más las del político y mucho más si se ha reconvertido de golpe y porrazo. Sonriamos ante ellas con misericordia y saquemos una lección particular. No caigamos nosotros en el vicio de alinearnos como si nos fuese el escaño en ello. El valor que nos echan los partidarios del voto del miedo al PP o el fervor virtual de los escuadristas 2.0 de Podemos está de más. Mantengamos la distancia, no olvidemos que somos un juez o un jurado, con nuestras concepciones políticas, por supuesto, pero sin la férrea disciplina de pensamiento del fichado.
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