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LOS poderes habría que separarlos en serio si queremos regenerar algo. No será, sin embargo, fácil porque hay que separar el doble de poderes que previó el barón de Montesquieu, y a éste, por sólo tres, ya lo enterró Alfonso Guerra. Junto a los tres del barón -legislativo, ejecutivo y judicial-, es imprescindible separar otros tantos que también vienen juntos y revueltos: el cuarto poder o el de la opinión pública, el poder interno de cada partido, tan intrusivo, y el poder que se ambiciona, el oscuro, el de la erótica del ídem.
Jorge Fernández Díaz no estaría envuelto en el follón monumental en que se encuentra de haber sido más separatista (de poderes). Primero, por lo evidente de mezclar el ejecutivo con lo ejecutante, y poner presunta y aparentemente a los órganos del Estado a trabajar para sus intereses partidistas. Pero todavía más por confundir el judicial con el cuarto poder, que es lo más sintomático de estos tiempos febriles.
Si el ejecutivo tiene conocimiento o sospechas de delito tiene que ponerlo en conocimiento del poder judicial y no de la prensa; pero sucede que el cuarto poder es más sumario, condena con una contundencia más rentable en lo mediático y tiene más peso en las urnas. Es más probable que la opinión pública condene una actuación que un juez, limitado por las garantías procesales y la racionalidad.
Para no caer en lo mismo que denuncio, dejemos en suspenso el juicio sobre las gravísimas grabaciones a Fernández Díaz; pero no olvidemos las extrañas filtraciones contra el nacionalismo que se han venido produciendo a su sombra. Ni tampoco la chocante ignorancia de las actividades ilegales de los Pujol durante decenios hasta que éstos no quisieron frenar el secesionismo que alentaban. Sobre Fernández Díaz y sus predecesores sostuve hace tiempo (el 2 de noviembre de 2014) que usar información sobre posibles delitos para cualquier otra cosa que no sea para ponerla a disposición de la justicia, o sea, usarla para guardarla en dossiers secretos, y sacarla o no, según la oportunidad política del momento, era muy irregular.
Esta historia es muy oscura porque está clara: la separación de los seis poderes, seis, ha brillado por su ausencia. De haber jugado menos a los dosieres, Fernández Díaz no andaría tan trastabillado, muchos corruptos habrían tenido que explicarse hace mucho ante los jueces y nos habríamos librado de un laberinto tan tenebroso.
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