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NO diré que aprenden rápido, pero sí que aprenden. Rivera y Sánchez están escapando de la envolvente inmóvil de Rajoy con su mismísima táctica: la no de moverse. Es una táctica letal y nadie lo sabe mejor que el presidente en funciones.
Ya no se pide la cabeza de Rajoy, pero nunca estuvo más en tenguerengue. Porque se la están "no-pidiendo" con su estilo, que es el tajante. Si la pidiesen como antaño, con grititos y postureos, repugnaría a muchos esa manía de ir contra el hombre, siendo, además, el que ganó las elecciones. Pedir la cabeza de Rajoy es reforzarlo, por la solidaridad del común pacífico y por la cohesión interna de cualquier partido político, alérgico al intrusismo. Las decapitaciones y las puñaladas por la espalda se hacen entre correligionarios.
Pero por el procedimiento de no moverse, Pedro Sánchez con su pétreo no y Rivera con su acuosa abstención, conducen, sin aspavientos, a Rajoy, que preferiría no inmutarse, a un callejón sin salida. Mariano ha empezado a verlo el primero, porque de vista anda muy fino. El peligro es que su presión tácita no logre desestabilizar a los dos líderes que podrían hacerle presidente. Han empezado a devolverle la responsabilidad como las dos paredes de un frontón. Y así no le dejan más soluciones que o una cesión de políticas muy sustancial que pase toda la responsabilidad de no votarle a los rivales o una renuncia personal suya, que Rivera y Sánchez puedan vender como un éxito a sus votantes. Ni lo uno ni lo otro entusiasma a Rajoy, naturalmente.
Sin eso, sin embargo, ni Rivera ni Sánchez pueden apoyar un gobierno del PP, que es, nadie lo discute, el partido ganador y el que debería gobernar. Rajoy apostaba contra una nueva convocatoria y nada más, pero sus rivales, o sea, sus discípulos, han encontrado la manera de verle la apuesta sin subirla, que es ponerse en una postura imposible y cíclica: Rivera se abstiene hasta que el PSOE se abstenga y Sánchez vota no mientras Ciudadanos se abstenga. La presión sobre ambos se reparte, y rebota contra Rajoy.
No creo que las terceras elecciones estén cerca, pero sí nos acercamos a ellas a toda velocidad, como en esos juegos suicidas de ver quien aguanta más el miedo al precipicio y salta el último del coche. La clave no va a estar en ninguno de los tres que van al volante, sino en los compañeros de viaje. Dentro de los partidos se va a vivir la verdadera guerra de nervios.
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